martes, 23 de octubre de 2012

El pez ebrio




Ven a beber conmigo.
No hay nada que temer.
Un hombre ebrio nunca ha lastimado a una mujer. Aquellos y aquellas que afirmen lo contrario no saben nada de nada...
Los hombres y las mujeres se ignoran mutuamente en la cama, la convierten en un témpano, se humillan frente a los hijos, se hacen trizas en el supermercado, y se abandonan el uno a otro en sus estúpidos empleos. Allí, en la blancura de sus -buenas intenciones-, es donde se asesinan. Jamás ante una mesa de cantina.

Siéntante junto  a mi. Pide lo que quieras beber, una cerveza, una piña colada con amareto, unas medias de seda..., o algo más fuerte, eso sólo tu lo decides. Yo sólo quiero que estemos cerca, muy juntos, aquí, donde nado como un pez. Sumérgete  conmigo, poco a poco, sin prisa...

Trago sobre trago, la Vida nos irá arropando con sus senos calientes, nos lamerá todo el cuerpo como a un par de cachorros recién paridos. Aquí no existe el tiempo. Las horas no se cuentan, lo que vale es este hormigueo y la livianidad de la noche. No importa cuantos tragos te empujes, ni cuantos vasos se rompan; tampoco cobra importancia el que yo sea un pez viejo y tú una almeja virgen que apenas conoce el repulsivo sabor de la arena...

Cuando dos personas se sientan frente a una mesa de cantina, lo hacen desnudas, son un par de bebedores y punto. No hay títulos ni posesiones. Sólo hay sed y grandes cantidades de oxígeno.

Ven, te lo pido. No comentas el error que cometió ella...
Quien prefería capuchinos y detestaba que yo pidiera cervezas..., se perdió grandes momentos y después me lo echó en cara, luego intentó hacerlo con otros, pero no fueron más que simulacros infantiles.

Siéntate junto a mi. Permíteme servirte unos tragos. Quizás derrame un poco de líquido sobre la mesa, o tal vez de tanto reír te muestre mi pésima dentadura. Pero eso, te aseguro, es lo de menos...

miércoles, 11 de julio de 2012

Castidad mancillada

   
 Por aquél entonces vivía en el Hotel Señorial...
Diminuto cuarto de hotel, de piso gastado y baño con sarro, que antes de convertirse en pensión, funcionó durante décadas como hotel de paso. Su ubicación, frente a la plaza de las Vizcainas, cerca de el cabaret Casablanca y también junto a un par de tugurios con pasarela y tubo, garantizaron un flujo constante de parejas batidas en ebriedad y lujuria, de esas que jamás se quedan con las ganas, y rematan la parranda cogiendo a pelo sobre las camas de metal del ya mencionado sitio.
Justo en la época en que inició un proyecto de recuperación del Centro Histórico, un empresario compró el edificio y lo convirtió en pensión para estudiantes, y así corrió la noticia en la Academia de San Carlos, en el Claustro de Sor Juana, escuelas del INBA y otras. Cuando me registré en la recepción, mostré mi credencial y tira de materias del curso que acababa de abandonar y al cuál jamás regresaría. Me instalaron en el 323.
Vivir en el centro, y específicamente en la esquina de Eje Central e Izazaga hasta hace ocho años, no era vivir en el sitio recuperado de estos días. No había tanto jovencito de chancletas y gafas Ray ban paseando a sus perros de raza con nombres cool. No había Metrobús, tampoco calles peatonales, ni estacionamientos para bicicletas. Lo que si había era basura en cada esquina, dichos montículos hediondos eran los únicos vigías nocturnos; algunos perros sin dueño olfateando, buscando abrigo entre los cartones. Sólo Madero y 5 de Mayo estaban medianamente iluminadas. Los borrachos que te encontrabas eran oficinistas con la corbata desecha, empleados de la zona, nobles parroquianos, gringos viejos. De madrugada podías mearte discretamente contra los semáforos  sin temor a que alguien se escandalizara y oprimiera el botón de pánico y te cayeran encima tres patrullas para remitirte a la agencia de Pino Suárez. En las rockolas no había la opción de tocar a Reyli o a Radio Head.
La Ciudad te ofrecía sus senos de puta vieja, chupeteados y olorosos. Una Puta consentidora que te decía ¿cuánto traes? pues va, con eso la armamos...
Sólo había un Salón Corona, con sillas madreadas y con cerveza más oscura. Las casetas telefónicas estaban rotas, era un pedo encontrar una que sirviera para llamar a las tres de la mañana, para tirar un cable a tierra, para pedir un paro. Cada timbrazo era un SOS en clave Morse, pero nada, nadie.
Había abandonado todo. El tantas veces escuchado -a chingar a su madre-.
¿Alguna vez has sentido que te viene una eyaculación tipo tsunami y tu pareja te dice -espérate-, y se zafa y sólo quiere que la abraces? y te quedas como un imbécil que no quiere abrazar a nadie, que sólo quiere escupir toda la leche, y entonces te vas al baño a sacarte todo el veneno, mientras ella se siente sola y abandonada...
Eso fui aquellos días, pero sobre todo, aquellas noches: un tipo que perdió la corona de campeón y decidió largarse, no sin antes prenderle fuego al reino, no sin sacrificar a sus caballos, destrozar los caminos de ida y vuelta, y no sin soltar langostas sobre sus campos. Si, a chingar a su madre.
¿A dónde más podía irme? La Puta vieja me recibió con su sonrisa chueca, se sacó una teta y me dijo: Chupa, lame, goza..., la primera ronda va por la casa.

jueves, 28 de junio de 2012

Taxi en fuga



La memoria es una bisagra vieja
Eran días de lluvia      
Tu piel amanecía  sobre sábanas color naranja
Por la mirilla de la puerta entró suave la luz matinal

Antes: Cerveza, oscuridad y engaño…
Bufete de cada viernes nocturno
Taxi en fuga. Tal vez de eso se trata
Huir  de casa, de la mujer, de los hijos, de uno mismo…

¿en qué piensas?- preguntabas por la mañana-
en nada, en tu cuerpo…, en la lluvia de anoche,
en tus senos redondos, en tus piernas abiertas,
en mi semen fresco sobre tu piel…
en tu lengua sedienta y suave

te fuiste
allá quedaron rumores de lo que hicimos
también abandoné el lugar (la sobriedad es mala consejera)
total, la vida es una fuga permanente.
Hoy, aquí, llueve
Charcos de agua reptan bajo mis pies


















sábado, 5 de mayo de 2012

En el Camino


"En otros tiempos yo era muy joven y me orientaba tanto más fácilmente y podía hablar con nerviosa inteligencia sobre cualquier cosa, con claridad y sin preámbulos tan literarios como éste; en otras palabras, ésta es la historia de un hombre que no se tiene mucha fe, y al mismo tiempo la historia de un inútil egomaníaco y bufón de nacimiento...
Empezar por el principio y dejar que la verdad vaya surgiendo, eso es lo que voy a hacer. Todo empezó una cálida noche de verano..."
Estas son las primeras líneas de la novela titulada "The Subterraneans", de Kerouac Jack (1922-1969)
poeta beat, amante del jazz, y polvo de las carreteras, trenes y calles oscuras que nos llevan al Dharma.
Me pregunto: ¿qué más puede  contar un hombre sobre su vida? Qué mejor currículum que el saberse bufón de nacimiento.
No sé si este hombre acabó muerto en un vagón de carga o si por el contrario, murió viejo y tranquilo rodeado de esposa y algún hijo. Sólo sé que escribió con ritmo, que vivió con velocidad, que respiró el vaho de las noches eternas.
En el camino. Allí es donde las cosas suceden. Uno nuca estará seguro de haber llegado a su destino.

sábado, 31 de marzo de 2012

Bajo la tormenta

Hay un hombre sentado en una mesa de cantina. La cantina es como cualquier otra, con mesas viejas, pisos de mosaico barato, con letreros que anuncia precios de bebidas y la botana del día.
Al hombre le han servido una trago de ron, lo tomó entre sus manos, y lleva cerca de una hora observando el vaso. Por momentos toma el trago y lo agita suavemente, como preparándose para beberlo, pero vuelve a dejar el vaso sobre la mesa. El cantinero lo mira con desconfianza, es el único cliente que ha llegado esta mañana. Piensa que si algo anduviera mal con el trago, el hombre ya lo hubiera llamado.
El cantinero enciende el televisor para distraerse y olvidar al hombre. Su presencia lo ha incomodado.
El hombre no hace más que seguir allí, contemplando el vaso y la nada. Ahora ha extendido sus palmas entre el vaso y su rostro, las mira como si no las conociera. Observa los surcos profundos y su ramificaciones que van de lado a lado y algunos hasta los dedos. Alguien le dijo una vez, que los surcos de las manos cuentan la vida de las personas, la fortuna y la tragedia.
-mis manos no tiene lugar para más cicatrices, murmura para sí.
El cantinero recoge las monedas que ha dejado el hombre sobre la mesa, junto a su trago intacto.

sábado, 3 de marzo de 2012

La culpa la tiene Lautrec


Hace días que pienso en ti.
La última vez que nos comunicamos me llamaste al celular, estabas en apuros por la salud de uno de tus familiares, yo, cuidando de la pequeña Maya. Platicamos brevemente.
Cada vez que tengo que abordar en clase la vida y obra de Lautrec, es inevitable que abra el libro, y encuentre tus palabras en la dedicatoria " a mi querido Monstruo quién sabe de donde surgido..."
Recuerdo tu primer E-mail, me hablabas de -Usted- y opinabas sobre mi exposición en metro chabacano, ibas rumbo al trabajo como todos los días y te detuviste a mirar. Anotaste mi correo y escribiste palabras intensas. Pantalla negra y fuente de color rojo, firmabas Agmatova Gorenko. Pasaron los días y cada vez nos escribíamos más a menudo, vinieron los meses y pasó el año. Nos compartimos lo básico, y un poco más. Al fin vino la propuesta de conocernos frente a una mesa de cantina. En el centro de la Ciudad, obviamente. Llegué casi puntual al Nivel, allí en moneda, no sabía que los domingos cerraban. Así que caminamos hasta Gante y nos metimos al Bar del mismo nombre, apenas contabas con edad para beber, pero tus palabras siempre te han dado la sabiduría de quién en su nombre, te haces llamar A.G. Nunca nos describimos físicamente, las redes sociales no existían, al menos en nuestras vidas. Cosa interesante reconocerte en el mar de gente a un costado de catedral, te llamé por tu nombre verdadero y dudaste, pero al fin sonreíste.
-esperaba a alguien mayor, dijiste desilusionada, o eso me pareció.
Así fueron nuestros primeros encuentros. Breves, interesantes. Rascar con los ojos dentro de tus pupilas negras.
Nos vimos algunas veces más. La distancia de nuestros domicilios nos mantuvo como románticos redactores de misivas.
La memoria juega trampas a menudo, pero tengo la idea de que fue allí, en metro chabacano, donde nos despedimos hace más de siete años.
A los dos, la vida nos había cambiado para siempre.

sábado, 21 de enero de 2012

La pasión es una mala inquilina

Abrí la puerta de la alacena y miré dentro: tres latas de atún, tres latas de verduras cocidas, un par de sobres de sopa instantánea. Tomé el de fideos.
Puse a calentar litro y medio de agua y esperé a que hirviera, bastaron diez minutos, abrí el empaque y vertí el contenido. Sobre la claridad del agua aparecieron partículas naranjas y verdes, antes de empezar a mezclar lentamente como sugieren en el empaque, miré unos instantes, parecía que algún borracho acababa de vomitarse en el wc. Mezclé y puse la tapa, bajé la temperatura y esperé.
Mi departamento es silencioso, pero esta tarde, uno podría pensar que todos los habitantes de esta ciudad han desaparecido.
Me senté, como siempre, en el sofá de la sala, en este espacio tan pequeño no hay mucho dónde vagar mientras se cocina una sopa. Vaciar una sopa instantánea en agua caliente sí es cocinar. Ya que cocinar, también es un acto de fe. Se dice que la comida es sagrada, y cuando es poca, hasta milagrosa.
De un sobre obtendré al menos cuatro porciones, lo más parecido a la multiplicación de los panes.
Pensar en ti es inevitable. Sin embargo hoy es diferente, una de las utilidades de la luz del día es la de aclararte las cosas, los sucesos; por eso las crudas son tan cabronas. No quiero decir que tu imagen haya perdido brillo, eso sólo sucede con aquello que enviamos a la sección del pasado, y que con el tiempo se torna inofensivo. No, tu aún brillas, mira que ahora mismo te estoy pensando. Y definitivamente, tampoco eres inofensiva.
En qué radica la diferencia entonces. En que mi imagen en tu vida es uno de esos carteles que anuncian bailes, pegados en los postes de luz. Un evento que fue hace más de un año y que ya no lees. No me molesta. Es lo normal. Todos hemos hecho eso. Aunque cuesta trabajo darse cuenta que uno es ese pedazo de papel. Como dice Héctor Lavoe "...¿y para qué leer, un periódico de ayer?..." , las verdades del amor nunca serán más grandes que en la voz de un salsero consumado. La pasión es una mala inquilina.
El ligero hervor en la cocina me distrae. Ya huela a comida.
Esta mañana que bajé por mi ropa a la lavandería, el ascensor tenía de nuevo ese aroma que te he contado, tu ya no usas ese perfume, pero igual huele a ti.
Cada fin es también un inicio.
Me sirvo la sopa, está hirviendo. Con una cuchara muevo la sustancia líquida y soplo, ya llegará la temperatura adecuada para comerla, así sorbo a sorbo me bebo tu recuerdo hasta dejar el plato vacío.