miércoles, 16 de febrero de 2011

consejos


Cada respiro parece el último esfuerzo, nada queda para el siguiente y tampoco para el siguiente. El oxigeno no alcanza. Hay que seguir jalando con los pulmones de arena. Secos.
La tráquea se acobarda y aprieta su cartílago. Teme fracasar y entonces renuncia.
Los bronquios son bombas de jabón que revientan y se pierden. Es agarrarse del aire, pero ¿cómo?
Es como pescar con las manos, los peces se te resbalan y escapan gozosos, para siempre lejos. Así se me va el aliento.
Las flemas se petrifican y hacen silbar al poco aire que circula.
Estoy condenado a respirar motas de polvo en los rincones del asma. Un agonizar que no termina. Cadena perpetua de aire mezquino.
Tirado sobre el sofá extraigo moléculas de oxigeno de donde se pueda. Suelto maldiciones e intento seguir. La madrugada es larga. Es como una mala madre que no cuida de su hijo enfermo. Espasmos y tos que me hace vomitar sangre y flemas sobre la almohada. Los vecinos se remueven en sus camas odiando al vecino enfermo que no para de gemir. Cada amanecer es una pequeña victoria, pero la tarde aguarda con todas sus esporas y sus pelos de gato, con su frío invernal.
Algunas personas me observan y opinan. Sugieren vacunas y médicos que han curado a otros. También están los que refieren remedios caseros o productos herbalife. Ya verás que no vuelves a usar tu inhalador, me dicen.
¿Quién les dijo que quiero quitarme de encima esta enfermedad de mierda?
Que Dios, San Juditas o Pokemón, bendigan al asma que me tortura.