Esta mañana escuché a Juan luis Guerra, un álbum completo, esto mientras me metí a bañar, mientras me rasuraba y vestía. Fui a la cocina para prepararme un sándwich y calenté un vaso con leche.
Me senté en la sala y comí. Terminó el álbum e inició otro. Beethoven.
Tengo frente a mí a una planta que recién cambié de lugar. No le daba la luz del sol, la moví y podé. Ahora está casi al centro de este espacio. Parece recuperarse de cuatro años a la sombra. Trae brotes.
Beethoven seguía con su piano. Yo comía. El plástico blanco que cubre la gran ventana permite una luz amable. Mastico con calma cada bocado, doy sorbos al vaso. Escucho atento. No se nada de música clásica, poseo apenas unos cinco álbumes, de los cuales , tres me fueron regalados por un amigo, mismos que llegaron a sus manos como consecuencia de la muerte de un amigo suyo. La familia repartió sus pertenencias. Hoy, parte de sus objetos, comparten mi cotidianeidad.
Esa planta ha sido resistente a mi abandono. No sé que cuidados requiere, la riego como quien recuerda que tiene una llamada que hacer desde hace meses, y entonces la hace. Ahora que está al centro de la sala es muy posible que reciba más atención.
La música me conduce. Es un rio en el que nadar. Me sumerjo. No distingo entre sonatas, sinfonías y demás clasificaciones. Música, es todo lo que sé. El pez no se pregunta por el tipo de moléculas que componen las aguas en que se mueve, su organismo lo intuye. Y es justo la intuición la que me ha hecho llegar hasta este momento.