sábado, 11 de junio de 2011

Quisiera ser un pez o, la bachata rosa

Esta mañana escuché a Juan luis Guerra, un álbum completo, esto mientras me metí a bañar, mientras me rasuraba y vestía. Fui a la cocina para prepararme un sándwich y calenté un vaso con leche.

Me senté en la sala y comí. Terminó el álbum e inició otro. Beethoven.

Tengo frente a mí a una planta que recién cambié de lugar. No le daba la luz del sol, la moví y podé. Ahora está casi al centro de este espacio. Parece recuperarse de cuatro años a la sombra. Trae brotes.

Beethoven seguía con su piano. Yo comía. El plástico blanco que cubre la gran ventana permite una luz amable. Mastico con calma cada bocado, doy sorbos al vaso. Escucho atento. No se nada de música clásica, poseo apenas unos cinco álbumes, de los cuales , tres me fueron regalados por un amigo, mismos que llegaron a sus manos como consecuencia de la muerte de un amigo suyo. La familia repartió sus pertenencias. Hoy, parte de sus objetos, comparten mi cotidianeidad.

Esa planta ha sido resistente a mi abandono. No sé que cuidados requiere, la riego como quien recuerda que tiene una llamada que hacer desde hace meses, y entonces la hace. Ahora que está al centro de la sala es muy posible que reciba más atención.

La música me conduce. Es un rio en el que nadar. Me sumerjo. No distingo entre sonatas, sinfonías y demás clasificaciones. Música, es todo lo que sé. El pez no se pregunta por el tipo de moléculas que componen las aguas en que se mueve, su organismo lo intuye. Y es justo la intuición la que me ha hecho llegar hasta este momento.

domingo, 5 de junio de 2011

Otra de borrachos

Hay días, también hay noches en que el piso se debilita, pierde solidez. Caminamos sobre hielo quebradizo, y al fin se fractura. Caer al vacío. La pesadilla común: hundirnos en la nada, ser devorados por hocicos de negrura insaciable. En medio de la incertidumbre encuentro refugio. Sitio de una sola plaza, nadie más a bordo o peligro inminente de naufragio.

Toda barra de cantina es un pedazo de madera de la cuál asirse.

Astillada por las manos que se han aferrado, depositaria de llanto ebrio, tal vez de rabia. Aunque también, sirve para simplemente flotar en aguas que al fin se han tornado tranquilas, y te permiten mirar el fondo, contemplar lo que hay. O en todo caso, lo que ha quedado.