jueves, 7 de julio de 2016

Volver a irnos...







          Se parece mucho a quien dibujé el día en que me contó por teléfono que había decidido usar peluca. ¿peluca? Dije subiendo el tono de voz, sí,  peluca negra y lacia afirmó  ella, que siempre se había  mostrado  orgullosa de su cabellera pelirroja y totalmente rizada.
Y digo que se parece mucho al dibujo que trace aquél día,  pero a quien no se parece es a ella, sí,  a la Lolita de aquellos años. Ahora que la he visto personalmente, hay algo en ella que se perdió  para siempre, pero también  hay cosas nuevas, no atino  aún  a descifrar lo uno y lo otro.
Me citó en un lugar nuevo para los dos, pero común  en nuestras historias. Así  que fui.
Sentada en un rincón, miraba sus dedos. Parecía  barajar situaciones o recuerdos. Nos saludamos y entonces me percaté de lo que  ya he dicho. Me senté  de frente y desvió la mirada.
Cerca de allí  volvíamos cierta tarde del cine. Llovió fuerte y acabamos escurriendo, nos reíamos empapados. Estábamos al interior de un cine que nadie visitaba, un par de hombres maduros que se miraban de escena en escena hasta que uno de ellos se movió  junto al lugar del otro, un joven que se la pasó mirando  su celular y abandonó  la sala a media película  y nosotros dos, eligiendo el lugar más oculto de la Ciudad.
¿Qué hacías por estos rumbos?, pregunté para iniciar la charla.
-Nada, dijo ella, para volver al silencio que sí  es muy suyo…
-Así que es cierto, usas peluca…, te queda bien.
-Sí,  me gusta. Ya en diciembre dejaré  de usarla.
Sorbió su café, y volvió  a mirar sus manos…
Observé la peluca e imaginé los rizos por debajo de ésta, aplastados y a la espera de volver a ser fuego.
Cuando salimos de allí,  caminamos juntos como hacía tiempo. Tomamos la misma ruta y nos despedimos en el subterráneo,  donde siempre, pero sin ser los mismos.
Siempre fue difícil sacarle una sonrisa, pero vaya que sabía  hacerlo. Hoy la vi un par de veces, y sus grandes ojos brillaron.
Por ese mismo rumbo  fuimos a una exposición, anduvimos de un departamento a otro, así  estaba organizada. Fue una buena idea, pero tuvo que irse porque  ya la esperaban. De allí  me fui a buscar jolgorio a otro sitio y no supe más  de mi.
Antes de tomar andenes distintos me dio un golpe en la espalda, de esas brusquedades  lindas, se despidió  con frialdad y sin una sonrisa, así,  como siempre.