Puso los pies descalzos sobre el piso y lo sintió
resbaladizo, terminó de incorporarse y fue a aumentar la potencia del
ventilador, iba a volver a la cama cuando ella le dijo súbelo a una silla, así
refrescará mejor, y así lo hizo. El verano no daba tregua.
Se tendió desnudo boca abajo, y a su memoria llegó esa
escena en el transporte público, una semana atrás, serían las tres de la tarde
y los pasajeros dormitaban entre asfixiados y deshidratados por el inclemente
calor de ciudad, dos señoras platicaban mientras agitaban folders frente a sus
caras, a manera de abanicos, pero aun así sudaban sin parar, y una le dice a la
otra, estos calores ya duraron, y nada que llueve, dios sabrá por qué, y la
otra respondió segura, esto ya no cambia, ya estamos chingados, el infierno es en la Tierra.
Ella tenía metida la cara bajo la almohada, algo murmuró, él
siguió con sus recuerdos de la semana, su temperatura corporal seguía alta,
sentía sofocarse, finalmente se quedaron dormidos, arrullados por el zumbar del
ventilador.
En la otra habitación un hombre mayor terminaba de
rasurarse, estaba casi listo para salir, veía la televisión mientras raspaba
sus mejillas con el rastrillo, se puso la camisa y ajustó la corbata marrón, se
calzó los zapatos brillosos, agregó unas gotas más de colonia a su rostro y
tomó la mochila que estaba junto a la puerta, apagó la televisión. Y con cierto
sigilo se acercó a la pared compartida de la otra habitación, pegó la oreja,
expectante, esperaba escuchar más movimientos bruscos, sollozos, agitaciones placenteras,
pero sólo escuchó el leve zumbido de un ventilador.
Afuera la ciudad ardía, se hablaba de la sequía más larga de
las últimas décadas, no llovería nunca más. La señora tenía razón, el infierno
es en la Tierra.
Ella sacó la cabeza y se acomodó el cabello, vio que él
seguía dormido boca abajo, con cuidado trepó una pierna, luego la otra y
finalmente quedó sobre él, palpando con suavidad los hombros y los brazos, sus
pieles volvieron a sentirse completas.