A veces las historias se acaban, así como cuando el hombre
de la milpa busca en su morral para echar más semilla al surco y se percata que
ahora no queda más, que ya arrojó todas, y que no queda más que esperar a que
el maicito nazca con el favor de las lluvias, por días, semanas y meses, que
crezca y dé su fruto, que venga el sol a lustrar sus hojas largas y verdes, que
corone y dore su espiga, y que abrace el palpitar de las nuevas mazorcas. Así,
justo así el hombre de las historias se sienta a esperar la llegada de la tarde
y de las noches, la llegada de las madrugadas eternas, y de las mañanas tibias.
Mientras tanto hurga en sus fosas nasales, se arranca los
bellos más largos, se corta las uñas de los pies callosos, de tanto mirarse
descubre nuevas manchas en su piel seca.
Sentado espera. En la barra de la cantina, mientras bebe su
vodka, da sorbos a su caldo de camarón y algo más que han traído de la cocina.
Aburrido en el metrobus, ahogado en el calor de la tarde,
entre los humores del trajín citadino, suda y espera. Observa rostros secos
como el suyo, y otros llenos de fresco verdor. Ojalá lloviera en estos días…
De pie, en el microbus destartalado, de asientos brevísimos
y ventanas selladas, se asfixia, y espera. Sus compañeros de viaje, agotados,
dormitan, se sacuden a cada bache, a cada giro de volante, vienen de librar
batallas, otros apenas van.
Se acerca al barrio, y desde el puente vehicular mira el paisaje
urbano, composición accidentada, collage de concreto y tendederos, luces de
ventanas lejanas, ya hay quien llegó a casa a pesar de todo. Rumor de autos y
ladridos…
A pie la espera es diferente, a ritmo propio. Recuerda sus
caminatas al final de su segunda década de vida, a tientas, como hasta ahora,
pero con más preguntas, y el corazón más carmín, no tan rosa alizarina como el
de ahora. Ardía en la hoguera de la incertidumbre, lo estrangulaba el inasible
horizonte. Pero ya esperaba, sin saberlo, sin comprender el sentido de la pira
interior.
Ya llegará la lluvia, ya sentirá el rumor del mar lejano,
para que así, las historias despierten como langostas, como flores de cactácea
de un día.
Ilustración original de Juan Carlos Trejo G.