jueves, 16 de enero de 2014

calores de invierno




Así sucedió. Bajé del camión que me trae al trabajo y me encaminé al puente peatonal para cruzar la avenida.
Escuché el sonido de zapatos altos, a pesar del tremendo escándalo de motores a diesel, cláxones y mentadas de madre. Sí, tacones de zapatillas…, rojas. Ese color tan choteado para hablar de amor, sexo o santaclos. Ella venía apresurada, tarde para llegar a ese lugar donde ya la esperaban. Me rebasó por la derecha y empezó a subir las escaleras del puente. Y como suele suceder con mujeres como ella, a su paso, me arrojó una estela de su perfume sembrado en el cuello, las muñecas y sus pechos.  Ellas saben tender sus trampas…
La tela de su vestido era de un material muy delgado y se adhería a su piel morena. Y así, inició la hipnosis. Pero no sólo para mí, para todos los que estábamos conscientes de su andar apresurado.
Sus nalgas redondas acusaban músculos deliciosos. La cintura que ramificaba de dicha manzana madura era ligera, pero fuerte. Se izaba vertical y de perfección simétrica, tallada en ébano. Su cuello un tierno brote de longitud renacentista remataba con un rostro apasionado, casi diabólico. Madre del pecado y de las mayores tentaciones del hombre.
Cada movimiento de sus glúteos daba sentido a la poesía de los poetas más degenerados, pero también a los más píos, que son hermanos de los otros…
Desde el edificio en construcción cercano al puente, una docena de albañiles  lanzaron como dardos frases que señalaban lo antojable de esas formas, lo fértil de sus entrañas, de las fiebres generadas por su simple existencia.
Su eje de rotación estaba en sincronía con el del planeta. Ninguna nube se movía si no era como consecuencia del viento direccionado por el rebote espacial de ese portento azabache.
Imaginé navegar entre el movimiento de esas aguas. No lucharía contra un oleaje manso, tendría que ser un marinero con pata de palo y cicatrices de muchas batallas para poder salir avante de los oleajes de siete mares agrestes, salvajes. Mares plagados de dragones y demás monstruos submarinos, de esos que se hablaba en la antigüedad. Cuántos valientes habrán perecido en esas aguas de espejismos…
Retumbar de tambores, paso a paso escaló sin mirar atrás.  Dardos envenenados con frases de telomamo y, chingoamimadresiescupo, caían muy cerca, nada de eso la turbó, era experta en el escapismo, evadía cada nuevo ataque, desde hordas de lujuriosos  hasta el tino casi perfecto de francotiradores perfumados moda Aldo Conti.
Pensé en convertirme en una suerte de escudero, ofrecer mis servicios a cambio de migajas, de estar siempre a la retaguardia, custodiando sus secretos de miel,  los secretos  del origen de la locura, los secretos de las guerras más sangrientas y las traiciones más viles.
Pero el habla me fue negada, no sólo no pude articular palabra, las piernas eran hilos sin músculo. Una profunda languidez se apoderó de mí. ¿Acaso era la consecuencia de mirarla? ¿el renacer de una medusa citadina? Su presencia fue una revelación.  “la reproducción de la especie está asegurada”, ¿quién no querría copular con ella hasta entregarle la última gota de semen, su último aliento?
Empezó a descender las últimas escalinatas, fue como ver el ocaso desde el puente peatonal, su luz se fue alejando, pero entendí que la dicha vivida por mi persona, sería experimentada por otros. 
Adiós big bang , adiós uranio enriquecido, adiós visión apocalíptica, adiós Malitzin, adiós madre del pecado.