Era viernes de quincena, ese día
también depositaron un bono por puntualidad, Joel lo había ganado
por primera vez. Definitivamente era su mes de la suerte, por si
fuera poco, una semana antes se había ganado la quiniela en el
trabajo, la bolsa fue de $600.
Habían dado ya las 12 del día, Joel
salió a almorzar. Pasó a ver a Ángeles y a Ramiro, pero ninguno
de los dos había terminado de archivar. Así que se fue solo, el
hambre no espera. Tenía ganas de unos tacos con los Katalan, allí
a espaldas de la oficina, cerca de la estación atlalilco. Antes de
llegar allí, pasó a comprarse una coca de litro en la tienda que
está en la esquina, allí siempre están los refrescos casi
congelados, no como en el oxxo que más bien los venden tibios
además de caros.
Le resultó raro que al llegar sólo
estaba una señora de clienta, generalmente a esa hora ya hay
bastante gente. El Parquita lo saludó como siempre “ qué pasó
gallo, de qué te voy a preparar”…,tan sólo al llegar, el aroma
a comida invadió sus fosas nasales, el sazón era un éxito, aunque
en la oficina decían que no era para tanto, que había mejores en
san lorenzo, otros decían que en Juanacatlán estaban los jefes,
pero a él le bastaban los Katalan, allí, sobre la banqueta, junto
al puesto de jugos y al de periódicos. Con el bafle conectado a una
memoria llena de música tropical, el Parquita despacha con
movimientos nerviosos pero certeros y sincronizados, calienta las
tortillas, tiende dos juntas, sirve una cucharada de arroz, y encima
el guisado que al cliente se le antoje, en las salamandras que están
sobre la diminuta barra, hay frijoles bayos, pepinos, limones y
salsas. De la lona cuelga un paquete de servilletas a las que hay que
pellizcar para tomar de una en una. Ese medio día había de
chicharrón prensado, de huevo, de chorizo con papas, de alambre, de
chuleta, de pata en chile verde, de riñones, de albóndiga, de chile
relleno y hasta de espinazo en morita. El manjar del viernes .
Ponme dos de prensado, dijo Joel
mientras destapaba su coca y daba un sorbo que le templó los
dientes por lo frío de la bebida. El Parquita sirvió al instante, y
Joel acometió.
El chicharrón estaba recién
preparado, suave y calentito, no estaba seco. Terminó el primero y
dio un largo trago a su refresco, se alejó unos centímetros y
eructó con discreción. Provecho, le dijo la señora, el agradeció
con una sonrisa.
Raro que esté tan tranquilo, ¿no
hermano?, dijo Joel al Parquita.
Sí gallo, pero al rato se compone.
En el bafle sonaba algo del Rigo Tovar,
la canción de “ vuelve conmigo”…, el ritmo tropical
romántico.
Amor, si tu supieras como estoy
desesperado..
si tu supieras como estoy
decepcionado...,
sin saber dónde has estado...
El Parquita giró instantáneamente la
cabeza, como quién al bailar da una vuelta, con ritmo y sabor, y
tarareó la estrofa inicial.
Joel devoró el segundo taco. Dio otro
sorbo al refresco y lo colocó sobre la caseta telefónica.
El lugar fue ganando clientela,
llegaban solos, en parejas o en grupos de tres o cuatro.
Las primeras en llegar fueron dos
señoras, una anciana de cabellos sucios, y una mujer obesa, al
parecer su hija. Pidieron sus tacos: señor, dos de alambre y dos de
pata en chile verde, pero que la tortilla no esté fea, no le ponga
caldo porque se desbarata el taco..., el Parquita miró y sirvió sin
titubear.
Después llegaron tres estudiantes de
la UNITEC, dos chicas y un joven, miraban los guisados, miraban a los
clientes y proponían algún guiso, al final ordenaron de papas con
queso, alambre y chorizo con papas, traían su botella de agua, todo
en un plato para compartirse.
Así, trascurre el tiempo, los
comensales gozan presurosos del sazón callejero. De pie y
apretujados contra el puesto miran el pasar de los autos que pitan y
frenan interpretando una sinfonía urbana, el humor les cambia con el
sonido musical de las salsas y demás temas tropicales que suenan
fuerte, aquí no hay medianías. Las canciones hablan de amores
pecaminosos, traiciones, promesas eternas, movimientos de caderas,
noches cálidas y húmedas.
Llegaron los de Bancomer, vestidos de
color azul y bien planchados, piden sus guisados para llevar , tratan
de no perder el gesto adusto que acostumbran tras la ventanilla del
banco. Luego los de la fábrica de azulejos, de la cocacola, de la
cervecería Corona, trabajadores de intendencia del hospital de al
lado, los de las casa de materiales, y las de coppel. Ellas
uniformadas de amarillo pálido con azul marino, risueñas, con uñas
de gel.
Joel conoce a una de ellas, una semana
atrás se derramó encima de la camisa blanca el licuado de mamey,
tuvo que ir de urgencia a comprarse una camisa de oferta a coppel,
gastó cien pesos por no haber asegurado la tapa del vaso de unicel.
Lo atendió Cristina, le causó gracia ver a un muchacho flacucho con
cara de ratón asustado y con la camisa estropeada a tan temprana
hora, en lunes. Pagó la camisa y se la llevó puesta, él le explicó
a grandes rasgos lo sucedido, ella sonrió y le gastó una broma –
te salió caro el desayuno, mejor hubieras invitado a tu novia-.
Allí estaba ella, con dos compañeras,
ella pidió de huevo cocido, alambre y chorizo con papas, Joel buscó
su mirada, ella tardó en darse cuenta, pero no le correspondió.
Joel se limpió la boca con esmero y pidió dos tacos de albóndiga.
Entonces la chica volvió a mirarlo, él aprovechó para sonreirle y
decir -provecho, mira, hoy mejor vine por tacos en lugar de licuado,
para no ensuciarme la camisa-, ella quedó extrañada, sus amigas se
rieron de Joel. Soy yo, el del otro día, te compré una camisa de
cien pesos. Cristina comprendió, y al fin sonrió, -ah..., ya me
acordé, pues deberías de traer una de repuesto, no sea que se te
chorreé el caldo de los tacos, y las tres rieron escandalosamente,
junto con los clientes que alcanzaron a escuchar el chiste. Joel
también celebró el comentario. ¿Siempre sales a comer a ésta
hora?, preguntó Joel, las compañeras no dejaban de reir y comentar
en voz baja, Cristina contestó: no siempre.
Bueno, dijo Joel, para que otro día en
lugar de comprarte otra camisa mejor te invito el desayuno. Cristina
dio una gran mordida al taco de alambre, dando paso a un largo
silencio para masticar sin prisa.
Llegaron los repartidores del gas, se
pidieron tres cada uno, eligieron de pata en chile verde, riñones y
prensado, comieron en tres minutos, pagaron y se fueron. Los
franeleros del cruce con Ermita, comieron sólo dos tacos, pero los
atascaron de pepinos, cebolla y frijoles, comieron con entrega.
Joel había terminado, daba tragos a su
coca y seguía limpiandose la boca con esmero.
Llegaron los de la panamericana, con su
camión blindado. Se estacionaron sobre la calzada, los demás
conductores les pitaron pero no les importó, bajaron tres hombres
altos, con la cabeza rapada, con gesto duro y portando pistolas en la
cintura. Buenas tarde hermano, saludaron al Parquita, -buenas, de qué
les sirvo- contestó de inmediato.
Los franeleros terminaron y pagaron. La
clientela se retiraba satisfecha dando espacio para la nueva oleada
de trabajadores en busca de alimento. Se quedaron Joel, las chicas de
coppel y los de la panamericana. ¿Algo más gallo? -preguntó el
parquita, no carnal, ¿cuánto te debo?Fueron cuatro míos y tres de
la señorita, Yo invito ¿va? Dijo Joel a Cristina, ella lo miró
con enojo y dijo, ¿y a mí porqué?, el chofer de la panamericana
había pedido de chicharrón en chile verde, riñones y pata,
adelantó tres pasos y le dijo a Joel, -págale los tacos a tu puta
madre, pinche jodido.
Joel regresó a la oficina con la
camisa sucia, Ángeles lo miró y le dijo sonriendo, ay Joel, mira
pareces niño, ahora te embarraste la camisa con el chile verde de
los tacos ¿no que no te gustaba comer pata de cerdo?
Él esbozó una sonrisa y se sentó a
seguir revisando los oficios pendientes.