A bordo del metrobús, que como de costumbre estaba
totalmente lleno de pasajeros, y respirando aire caliente bajo el cubrebocas,
alcanzó a mirar entre un par de cabezas somnolientas el paisaje que esa mañana
les regalaba el amanecer de noviembre. Por breves instantes la ruta del metrobús
se eleva por arriba de la ciénega de cuemanco, que esa mañana estaba amasada
por una blanquecina bruma. El vaho del otoño navegando sin prisa tomó a todos
los pasajeros por sorpresa.
La caricia del vaho sobre nuestros ojos resecos, pensó él.
Nada tan lejano al áspero concreto de los paisajes cotidianos de esta ciudad,
que hieren y exorcizan ilusiones…
La bruma se le incrustó cráneo adentro.
Llegó la quinta ronda de cerveza. El tarro lucía una corona
brumosa.
Ella regresaba del sanitario. Su ámbar silueta era una ola
calma en dirección suya, pero como toda ola, bien pudo cambiar su ruta y
perderse, sin embargo, llevó caracoles y pequeños peces de colores hasta su
mesa. Él le entregó una amplia sonrisa y unos ojos acuosos, acuáticos, quizás.
Brindaron una vez más, esta ocasión fue por la coincidencia de
los números, antes había sido por la sal de las tierras del sur. Un poco del
salitre de los manantiales, y otro tanto por los manglares.
¿Qué hay en la vida sino tramposas coincidencias?
Su palma ya había incursionado sobre el hombro terso, y un
poco también el acantilado de la espalda. Una mirada a la caída libre, tan
escandalosa, tan palpitante, tan humana.
No hay hechizo eterno. Pero las brujas se dan sus mañas para
alargar las noches y las madrugadas.
Ocultan sus secretos entre la cabellera y otras partes del cuerpo, y
juran que no es cierto, que todo es una ilusión del incauto, de aquél que bebe
a sabiendas que sufrirá del embrujo, del efecto que teme, sin embargo, desea,
por el cual clama su sangre.
Y así juegan, con los tarros sobre la mesa, las miradas
navegantes, las manos que escudriñan y constatan, con las palabras que
coinciden y huyen por temor a las promesas.
Así, al paso de las horas y los días, la bruma se disipa.
Ya habrá más mañanas de otoño, piensa él, mientras mira el
azul del cielo despejado de un día cualquiera.