Se parece mucho a quien dibujé el día en que me contó por teléfono que había decidido usar peluca. ¿peluca? Dije subiendo el tono de voz, sí, peluca negra y lacia afirmó ella, que siempre se había mostrado orgullosa de su cabellera pelirroja y totalmente rizada.
Y digo que se parece mucho al dibujo que trace aquél día, pero a quien no se parece es a ella, sí, a la Lolita de aquellos años. Ahora que la he visto personalmente, hay algo en ella que se perdió para siempre, pero también hay cosas nuevas, no atino aún a descifrar lo uno y lo otro.
Me citó en un lugar nuevo para los dos, pero común en nuestras historias. Así que fui.
Sentada en un rincón, miraba sus dedos. Parecía barajar situaciones o recuerdos. Nos saludamos y entonces me percaté de lo que ya he dicho. Me senté de frente y desvió la mirada.
Cerca de allí volvíamos cierta tarde del cine. Llovió fuerte y acabamos escurriendo, nos reíamos empapados. Estábamos al interior de un cine que nadie visitaba, un par de hombres maduros que se miraban de escena en escena hasta que uno de ellos se movió junto al lugar del otro, un joven que se la pasó mirando su celular y abandonó la sala a media película y nosotros dos, eligiendo el lugar más oculto de la Ciudad.
¿Qué hacías por estos rumbos?, pregunté para iniciar la charla.
-Nada, dijo ella, para volver al silencio que sí es muy suyo…
-Así que es cierto, usas peluca…, te queda bien.
-Sí, me gusta. Ya en diciembre dejaré de usarla.
Sorbió su café, y volvió a mirar sus manos…
Observé la peluca e imaginé los rizos por debajo de ésta, aplastados y a la espera de volver a ser fuego.
Cuando salimos de allí, caminamos juntos como hacía tiempo. Tomamos la misma ruta y nos despedimos en el subterráneo, donde siempre, pero sin ser los mismos.
Siempre fue difícil sacarle una sonrisa, pero vaya que sabía hacerlo. Hoy la vi un par de veces, y sus grandes ojos brillaron.
Por ese mismo rumbo fuimos a una exposición, anduvimos de un departamento a otro, así estaba organizada. Fue una buena idea, pero tuvo que irse porque ya la esperaban. De allí me fui a buscar jolgorio a otro sitio y no supe más de mi.
Antes de tomar andenes distintos me dio un golpe en la espalda, de esas brusquedades lindas, se despidió con frialdad y sin una sonrisa, así, como siempre.
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