jueves, 19 de mayo de 2016

Sazón de oficina






Era viernes de quincena, ese día también depositaron un bono por puntualidad, Joel lo había ganado por primera vez. Definitivamente era su mes de la suerte, por si fuera poco, una semana antes se había ganado la quiniela en el trabajo, la bolsa fue de $600.
Habían dado ya las 12 del día, Joel salió a almorzar. Pasó a ver a Ángeles y a Ramiro, pero ninguno de los dos había terminado de archivar. Así que se fue solo, el hambre no espera. Tenía ganas de unos tacos con los Katalan, allí a espaldas de la oficina, cerca de la estación atlalilco. Antes de llegar allí, pasó a comprarse una coca de litro en la tienda que está en la esquina, allí siempre están los refrescos casi congelados, no como en el oxxo que más bien los venden tibios además de caros.
Le resultó raro que al llegar sólo estaba una señora de clienta, generalmente a esa hora ya hay bastante gente. El Parquita lo saludó como siempre “ qué pasó gallo, de qué te voy a preparar”…,tan sólo al llegar, el aroma a comida invadió sus fosas nasales, el sazón era un éxito, aunque en la oficina decían que no era para tanto, que había mejores en san lorenzo, otros decían que en Juanacatlán estaban los jefes, pero a él le bastaban los Katalan, allí, sobre la banqueta, junto al puesto de jugos y al de periódicos. Con el bafle conectado a una memoria llena de música tropical, el Parquita despacha con movimientos nerviosos pero certeros y sincronizados, calienta las tortillas, tiende dos juntas, sirve una cucharada de arroz, y encima el guisado que al cliente se le antoje, en las salamandras que están sobre la diminuta barra, hay frijoles bayos, pepinos, limones y salsas. De la lona cuelga un paquete de servilletas a las que hay que pellizcar para tomar de una en una. Ese medio día había de chicharrón prensado, de huevo, de chorizo con papas, de alambre, de chuleta, de pata en chile verde, de riñones, de albóndiga, de chile relleno y hasta de espinazo en morita. El manjar del viernes .
Ponme dos de prensado, dijo Joel mientras destapaba su coca y daba un sorbo que le templó los dientes por lo frío de la bebida. El Parquita sirvió al instante, y Joel acometió.
El chicharrón estaba recién preparado, suave y calentito, no estaba seco. Terminó el primero y dio un largo trago a su refresco, se alejó unos centímetros y eructó con discreción. Provecho, le dijo la señora, el agradeció con una sonrisa.
Raro que esté tan tranquilo, ¿no hermano?, dijo Joel al Parquita.
Sí gallo, pero al rato se compone.
En el bafle sonaba algo del Rigo Tovar, la canción de “ vuelve conmigo”…, el ritmo tropical romántico.
Amor, si tu supieras como estoy desesperado..
si tu supieras como estoy decepcionado...,
sin saber dónde has estado...
El Parquita giró instantáneamente la cabeza, como quién al bailar da una vuelta, con ritmo y sabor, y tarareó la estrofa inicial.
Joel devoró el segundo taco. Dio otro sorbo al refresco y lo colocó sobre la caseta telefónica.
El lugar fue ganando clientela, llegaban solos, en parejas o en grupos de tres o cuatro.
Las primeras en llegar fueron dos señoras, una anciana de cabellos sucios, y una mujer obesa, al parecer su hija. Pidieron sus tacos: señor, dos de alambre y dos de pata en chile verde, pero que la tortilla no esté fea, no le ponga caldo porque se desbarata el taco..., el Parquita miró y sirvió sin titubear.
Después llegaron tres estudiantes de la UNITEC, dos chicas y un joven, miraban los guisados, miraban a los clientes y proponían algún guiso, al final ordenaron de papas con queso, alambre y chorizo con papas, traían su botella de agua, todo en un plato para compartirse.
Así, trascurre el tiempo, los comensales gozan presurosos del sazón callejero. De pie y apretujados contra el puesto miran el pasar de los autos que pitan y frenan interpretando una sinfonía urbana, el humor les cambia con el sonido musical de las salsas y demás temas tropicales que suenan fuerte, aquí no hay medianías. Las canciones hablan de amores pecaminosos, traiciones, promesas eternas, movimientos de caderas, noches cálidas y húmedas.
Llegaron los de Bancomer, vestidos de color azul y bien planchados, piden sus guisados para llevar , tratan de no perder el gesto adusto que acostumbran tras la ventanilla del banco. Luego los de la fábrica de azulejos, de la cocacola, de la cervecería Corona, trabajadores de intendencia del hospital de al lado, los de las casa de materiales, y las de coppel. Ellas uniformadas de amarillo pálido con azul marino, risueñas, con uñas de gel.
Joel conoce a una de ellas, una semana atrás se derramó encima de la camisa blanca el licuado de mamey, tuvo que ir de urgencia a comprarse una camisa de oferta a coppel, gastó cien pesos por no haber asegurado la tapa del vaso de unicel. Lo atendió Cristina, le causó gracia ver a un muchacho flacucho con cara de ratón asustado y con la camisa estropeada a tan temprana hora, en lunes. Pagó la camisa y se la llevó puesta, él le explicó a grandes rasgos lo sucedido, ella sonrió y le gastó una broma – te salió caro el desayuno, mejor hubieras invitado a tu novia-.
Allí estaba ella, con dos compañeras, ella pidió de huevo cocido, alambre y chorizo con papas, Joel buscó su mirada, ella tardó en darse cuenta, pero no le correspondió. Joel se limpió la boca con esmero y pidió dos tacos de albóndiga. Entonces la chica volvió a mirarlo, él aprovechó para sonreirle y decir -provecho, mira, hoy mejor vine por tacos en lugar de licuado, para no ensuciarme la camisa-, ella quedó extrañada, sus amigas se rieron de Joel. Soy yo, el del otro día, te compré una camisa de cien pesos. Cristina comprendió, y al fin sonrió, -ah..., ya me acordé, pues deberías de traer una de repuesto, no sea que se te chorreé el caldo de los tacos, y las tres rieron escandalosamente, junto con los clientes que alcanzaron a escuchar el chiste. Joel también celebró el comentario. ¿Siempre sales a comer a ésta hora?, preguntó Joel, las compañeras no dejaban de reir y comentar en voz baja, Cristina contestó: no siempre.
Bueno, dijo Joel, para que otro día en lugar de comprarte otra camisa mejor te invito el desayuno. Cristina dio una gran mordida al taco de alambre, dando paso a un largo silencio para masticar sin prisa.
Llegaron los repartidores del gas, se pidieron tres cada uno, eligieron de pata en chile verde, riñones y prensado, comieron en tres minutos, pagaron y se fueron. Los franeleros del cruce con Ermita, comieron sólo dos tacos, pero los atascaron de pepinos, cebolla y frijoles, comieron con entrega.
Joel había terminado, daba tragos a su coca y seguía limpiandose la boca con esmero.
Llegaron los de la panamericana, con su camión blindado. Se estacionaron sobre la calzada, los demás conductores les pitaron pero no les importó, bajaron tres hombres altos, con la cabeza rapada, con gesto duro y portando pistolas en la cintura. Buenas tarde hermano, saludaron al Parquita, -buenas, de qué les sirvo- contestó de inmediato.
Los franeleros terminaron y pagaron. La clientela se retiraba satisfecha dando espacio para la nueva oleada de trabajadores en busca de alimento. Se quedaron Joel, las chicas de coppel y los de la panamericana. ¿Algo más gallo? -preguntó el parquita, no carnal, ¿cuánto te debo?Fueron cuatro míos y tres de la señorita, Yo invito ¿va? Dijo Joel a Cristina, ella lo miró con enojo y dijo, ¿y a mí porqué?, el chofer de la panamericana había pedido de chicharrón en chile verde, riñones y pata, adelantó tres pasos y le dijo a Joel, -págale los tacos a tu puta madre, pinche jodido.
Joel regresó a la oficina con la camisa sucia, Ángeles lo miró y le dijo sonriendo, ay Joel, mira pareces niño, ahora te embarraste la camisa con el chile verde de los tacos ¿no que no te gustaba comer pata de cerdo?
Él esbozó una sonrisa y se sentó a seguir revisando los oficios pendientes.

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