La imagen es vaga, pero sólo al principio…
Serían las tres, o tal vez las cuatro de la tarde. Que es la
hora en que suelen encontrarse.
Él la vio acercarse despacio, sonriente, con una mirada
profunda, de esas que uno puede señalar como indescifrables.
Consciente de que debía guardar la distancia, ya que los
protocolos de la pandemia así lo dictaban, él se detuvo, y también sonrió. No
podía, o no debía haber lugar para el saludo efusivo, pese a que llevaran
tiempo sin encontrarse, pero las cosas así eran. Y no sólo por la protección de
su propia salud, sino, de manera muy consciente, del cuidado de las familias de
ambos. Ya que, él se había encontrado con otras personas en espacios abiertos,
a las que tuvo que solicitar distancia, obteniendo variadas reacciones como
respuesta, desde el enojo hasta la burla. Pero este no era el caso. Se conocían
bien, y se sabían personas responsables e informadas sobre la alarmante situación
sanitaria en todo el planeta.
Sin embargo, aunque lento y desde luego, cadencioso, el paso
de ella, no se detuvo. De hecho, alargó la mano, y lo tomó del brazo.
Él permaneció inmóvil, miró la mano delgada y suave,
dirigirse a su brazo izquierdo, y sintió cómo el otro cuerpo tiraba un ancla
junto a la isla de su cuerpo. Sí, la isla de su cuerpo.
Hombres isla, Mujeres isla, no había posibilidad de ser Pangea
nuevamente. Los continentes, así como los pueblos, se habían desmoronado a toda
prisa, temerosos del contagio, recelosos del contacto…
Ella alargó la otra mano y al fin, eso era lo más parecido a
un abrazo. Y el hecho de que no pudiéramos clasificarlo como tal, se debía a la
aún inexistente reacción de él, que lleno de incredulidad le dijo: no, se
supone que no podemos…, lo dijo con voz débil. Cuál débil solía ser su
oposición a acciones ligadas a la relajación moral. Pero, en esta ocasión, lo
decía con un mayor porcentaje de sincera preocupación.
Ella, quién solía conducirse con la consciencia más firme,
sonrió. Y acercó su rostro para darle un beso en la mejilla. Para entonces,
teníamos ya un palpitante abrazo. Es extraño y a la vez interesante el cómo los
roles pueden mutar y sorprender.
Ella frotó su nariz sobre la mejilla y se deslizó hasta los
labios de él, y el beso húmedo dio paso a las siguientes palabras dichas por
ella: No te preocupes, esto lo he planeado desde hace tiempo, lo tengo todo
arreglado…
Él entendió perfectamente que era ese “todo”. Sin embargo,
él no tenía un plan, una cuartada. Así que, en un instante, volvió a su rol
natural, a ése que le fue dado, y se dejó llevar por el huracán que había hecho
coincidir a esos fragmentos de archipiélago.
El resto de la historia está llena de simbolismos.
Él recuerda que no era solo ella, era también otra mujer,
pero no pudo ver su rostro. O tal vez sí, también era ella…
Podría dibujar con todo detalle ese rostro pleno, los
cabellos como brisa, los senos bronceados. Podría describir el ritmo de ese
vaivén montado sobre su pelvis. A veces violento, a veces como oleaje en
retirada: llevándose todo…
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