viernes, 26 de febrero de 2021

Hombres isla

 


La imagen es vaga, pero sólo al principio…

Serían las tres, o tal vez las cuatro de la tarde. Que es la hora en que suelen encontrarse.

Él la vio acercarse despacio, sonriente, con una mirada profunda, de esas que uno puede señalar como indescifrables.

Consciente de que debía guardar la distancia, ya que los protocolos de la pandemia así lo dictaban, él se detuvo, y también sonrió. No podía, o no debía haber lugar para el saludo efusivo, pese a que llevaran tiempo sin encontrarse, pero las cosas así eran. Y no sólo por la protección de su propia salud, sino, de manera muy consciente, del cuidado de las familias de ambos. Ya que, él se había encontrado con otras personas en espacios abiertos, a las que tuvo que solicitar distancia, obteniendo variadas reacciones como respuesta, desde el enojo hasta la burla. Pero este no era el caso. Se conocían bien, y se sabían personas responsables e informadas sobre la alarmante situación sanitaria en todo el planeta.

Sin embargo, aunque lento y desde luego, cadencioso, el paso de ella, no se detuvo. De hecho, alargó la mano, y lo tomó del brazo.

Él permaneció inmóvil, miró la mano delgada y suave, dirigirse a su brazo izquierdo, y sintió cómo el otro cuerpo tiraba un ancla junto a la isla de su cuerpo. Sí, la isla de su cuerpo.

Hombres isla, Mujeres isla, no había posibilidad de ser Pangea nuevamente. Los continentes, así como los pueblos, se habían desmoronado a toda prisa, temerosos del contagio, recelosos del contacto…

Ella alargó la otra mano y al fin, eso era lo más parecido a un abrazo. Y el hecho de que no pudiéramos clasificarlo como tal, se debía a la aún inexistente reacción de él, que lleno de incredulidad le dijo: no, se supone que no podemos…, lo dijo con voz débil. Cuál débil solía ser su oposición a acciones ligadas a la relajación moral. Pero, en esta ocasión, lo decía con un mayor porcentaje de sincera preocupación.

Ella, quién solía conducirse con la consciencia más firme, sonrió. Y acercó su rostro para darle un beso en la mejilla. Para entonces, teníamos ya un palpitante abrazo. Es extraño y a la vez interesante el cómo los roles pueden mutar y sorprender.

Ella frotó su nariz sobre la mejilla y se deslizó hasta los labios de él, y el beso húmedo dio paso a las siguientes palabras dichas por ella: No te preocupes, esto lo he planeado desde hace tiempo, lo tengo todo arreglado…

Él entendió perfectamente que era ese “todo”. Sin embargo, él no tenía un plan, una cuartada. Así que, en un instante, volvió a su rol natural, a ése que le fue dado, y se dejó llevar por el huracán que había hecho coincidir a esos fragmentos de archipiélago.

El resto de la historia está llena de simbolismos.

Él recuerda que no era solo ella, era también otra mujer, pero no pudo ver su rostro. O tal vez sí, también era ella…

Podría dibujar con todo detalle ese rostro pleno, los cabellos como brisa, los senos bronceados. Podría describir el ritmo de ese vaivén montado sobre su pelvis. A veces violento, a veces como oleaje en retirada: llevándose todo…


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