Hace días que pienso en
ti.
La última vez que nos comunicamos me llamaste al celular, estabas en apuros por la salud de uno de tus familiares, yo, cuidando de la pequeña Maya. Platicamos brevemente.
Cada vez que tengo que abordar en clase la vida y obra de
Lautrec, es inevitable que abra el libro, y encuentre tus palabras en la dedicatoria " a mi querido
Monstruo quién sabe de donde surgido..."
Recuerdo tu primer E-
mail, me hablabas de -Usted- y opinabas sobre mi exposición en metro chabacano, ibas rumbo al trabajo como todos los días y te detuviste a mirar. Anotaste mi correo y escribiste palabras intensas. Pantalla negra y fuente de color rojo, firmabas
Agmatova Gorenko. Pasaron los días y cada vez nos escribíamos más a menudo, vinieron los meses y pasó el año. Nos compartimos lo básico, y un poco más. Al fin vino la propuesta de conocernos frente a una mesa de cantina. En el centro de la Ciudad, obviamente. Llegué casi puntual al Nivel, allí en moneda, no sabía que los domingos cerraban. Así que caminamos hasta Gante y nos metimos al Bar del mismo nombre, apenas contabas con edad para beber, pero tus palabras siempre te han dado la sabiduría de quién en su nombre, te haces llamar A.G. Nunca nos describimos físicamente, las redes sociales no existían, al menos en nuestras vidas. Cosa interesante reconocerte en el mar de gente a un costado de
catedral, te llamé por tu nombre verdadero y dudaste, pero al fin sonreíste.
-esperaba a alguien mayor, dijiste
desilusionada, o eso me pareció.
Así fueron nuestros primeros encuentros. Breves, interesantes. Rascar con los ojos dentro de tus pupilas negras.
Nos vimos algunas veces más. La distancia de nuestros domicilios nos mantuvo como románticos redactores de misivas.
La memoria juega trampas a menudo, pero tengo la idea de que fue allí, en metro chabacano, donde nos despedimos hace más de siete años.
A los dos, la vida nos había cambiado para siempre.
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