Ven a beber conmigo.
No hay nada que temer.
Un hombre ebrio nunca ha lastimado a una mujer. Aquellos y aquellas que afirmen lo contrario no saben nada de nada...
Los hombres y las mujeres se ignoran mutuamente en la cama, la convierten en un témpano, se humillan frente a los hijos, se hacen trizas en el supermercado, y se abandonan el uno a otro en sus estúpidos empleos. Allí, en la blancura de sus -buenas intenciones-, es donde se asesinan. Jamás ante una mesa de cantina.
Siéntante junto a mi. Pide lo que quieras beber, una cerveza, una piña colada con amareto, unas medias de seda..., o algo más fuerte, eso sólo tu lo decides. Yo sólo quiero que estemos cerca, muy juntos, aquí, donde nado como un pez. Sumérgete conmigo, poco a poco, sin prisa...
Trago sobre trago, la Vida nos irá arropando con sus senos calientes, nos lamerá todo el cuerpo como a un par de cachorros recién paridos. Aquí no existe el tiempo. Las horas no se cuentan, lo que vale es este hormigueo y la livianidad de la noche. No importa cuantos tragos te empujes, ni cuantos vasos se rompan; tampoco cobra importancia el que yo sea un pez viejo y tú una almeja virgen que apenas conoce el repulsivo sabor de la arena...
Cuando dos personas se sientan frente a una mesa de cantina, lo hacen desnudas, son un par de bebedores y punto. No hay títulos ni posesiones. Sólo hay sed y grandes cantidades de oxígeno.
Ven, te lo pido. No comentas el error que cometió ella...
Quien prefería capuchinos y detestaba que yo pidiera cervezas..., se perdió grandes momentos y después me lo echó en cara, luego intentó hacerlo con otros, pero no fueron más que simulacros infantiles.
Siéntate junto a mi. Permíteme servirte unos tragos. Quizás derrame un poco de líquido sobre la mesa, o tal vez de tanto reír te muestre mi pésima dentadura. Pero eso, te aseguro, es lo de menos...
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