Bebo cerveza, la sirvo en un tarro del salón Corona.
Me lo regaló un amigo, lo robó esa noche en que festejamos mi cumpleaños, acabamos de madrugada, hablé por el celular y dije incoherencias, como siempre hubo de todo, acabé muerto.
Han pasado años, no hemos vuelto a hacerlo así, como solíamos cuando todo era posible. Los amigos están en sus asuntos, similares a los míos. La sorpresa se fue.
Y bueno como les decía, podé el pasto y caminé a la tienda a comprarme una caguama y unas frituras con chipotle. Me senté en el patio y di un sorbo largo, ya saben, ese famoso primer sorbo de cerveza helada en una tarde calurosa.
Puse un disco en el estéreo, elegí uno que no escuchaba al menos hace 2 años, fue un excelente idea, como supondrán no era música clásica, más bien algo de música indie del nuevo milenio, se escuchaba bastante hace como 10 años o más.
En fin, cerveza, tarde agradable y música que me llevó a días de color púrpura.
El disco terminó y yo ya era diferente al que había ido por cerveza, de alguna manera la música te cambia, las vibraciones son como el oleaje que golpea mi cuerpo de arena y lo desgasta para descubrir lo que hay debajo…
Ya en el tercer track y al segundo tarro, me encontré pensando en ese mediodía.
Sí, seguro que serían poco más de las 11 de la mañana...
Ella se asomó a través del cristal y depositó en mí sus ojos castaño claro, supe del color cuando el sol de la tarde golpeó su rostro, que sonreía frente al cielo. ¿Apenas te diste cuenta? es que nunca me ves, dijo entonces…
Y decía, depositó su mirada detrás del cristal, me quité los audífonos y le hice señas para que pasara. Besé su mejilla y se quedó de pie. La vida nos arroja a abismos, nos brinda apenas 2 segundos para retroceder o seguir...
Su cabello es negro, casi como los sollozos de una madrugada.
Ellas tienen una forma de llenar el espacio al que se incorporan, ya sea sólo con una sonrisa carmín o incluso al acomodar su cabello, levantar una ceja, colocar un saco, tal vez un bolso u otros objetos para el fin, tomar asiento.
Silencio.
Bebí de mi frío café.
Ojos que desprenden la ventisca de la Juventud.
-Aquí hace calor. Dijo...
-Sí un poco...
-Cuánto café bebes al día?
-Tres o cuatro tazas, ya no es tanto como antes.
¿Alguna vez han visto a un colibrí batiendo las alas y succionando de una flor? Y cuando lo ven quieren que se congele en el tiempo para que no desaparezca. Para siempre ver el tornasol cuajado en el aire.
Así es con su mirada.
Sé que hay algo en su alma, no estoy seguro de que ella lo sepa, son tatuajes que viajan en la sangre, lo he visto dos, tal vez tres veces.
Sí, ya no bebo tanto café como antes, los días han cambiado, se han hecho más breves y más predecibles.
Hablamos menos que otros días, se tenía que ir a otro sitio, una cuestión familiar me dijo.
Después de aquel mediodía hablamos una ocasión más, los otros dos encuentros fueron un saludo simple, frío, distante.
Pienso que fue su forma de decir adiós.
De decirme que siempre supo que no era una más, qué se percató como yo escarbaba ojos adentro, y que sabía de mi forma de afrontar los abismos, que no habría salida fácil y que todo sería devorado por el fuego.
Pudo habernos visto alguien, pero el Abismo es eso, la caída libre.
Y ya.
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