Olisquear la cabellera, tallar un poco el cuero cabelludo
con la punta de la nariz, así brota el aroma del shampoo y del sudor resguardado
entre los rizos. Ese aroma combinado, justo ése es el que se queda en la
memoria, el que se vuelve adictivo, el que mata. Puede también, dicho aroma,
estar acompañado de los olores de cremas para el cabello, y del perfume rociado
en la mañana frente al tocador, en la intimidad de la habitación.
Y del cabello, la nariz de Santiago se dirigió a la
garganta, que acarició con la boca y con la propia nariz. Allí el aroma del
perfume fue mayor, la sensación táctil también cambió. La piel suave y caliente
de ella, la respiración…
La cerveza oscura rebosaba ya en sus cuerpos, prácticamente
una jornada laboral bebiendo. El tiempo, literalmente vuela.
Un par de meseros los observaban desde la sexta o séptima
ronda. Las escenas calientes son su propina favorita.
Ella ya le había dicho a Santiago, -esos dos qué tanto
miran-.
Llegó otra ronda de oscuras. Y llegarían dos o tres más aún…
Ya en la calle, los dos trastabillaban. Se sujetaban entre
sí, reían a carcajadas.
Él olisqueaba nuevamente el cabello. -¿Qué tanto hueles?- le
dijo ella
Nada, tu perfume. Me gusta.
Cruzaron con torpeza la calle. -¿Y ahora a dónde vamos?-
Preguntó ella
-Vamos al Tlaquepaque, ¿no quieres?-... dijo Santiago.
Tomaron la mesa junto a la rockola. El lugar estaba casi lleno.
A esa hora uno se integra al ambiente de manera inmediata, la gente está
eufórica, saben que el día se ha ido, que no hay marcha atrás.
El Jarocho los saluda -¿Qué milagro?-, dice el mesero con su
tono amable y generoso, abraza a Santiago con gran sonrisa.
Ella se dirige al baño. Él echa una moneda y elige tres
canciones.
Cuando ella regresa los tragos están servidos. Santiago la
mira, ella sonríe. Brindan por el año que se acaba, se besan, se atragantan con
sus salivas abundantes. Él descansa su nariz en el hombro de ella y aspira con
fuerza. –Ya estás bien borracho-, le dice ella…
Ni madres, ni madres, dice él con energía, estamos bien
pinches borrachos tú y yo. Ella le toma la cara con las manos y lo besa suave.
La música le recuerda a él que esa es la canción que le
quería dedicar, -escucha, escucha, esa es nuestra canción-, ella se incorpora,
sonríe y pone atención.
Él le canta emocionado, le falla la letra en algunas partes,
pero ella se mantiene atenta y sonriente.
Pagaron la única ronda y caminaron sobre Bolivar. Dieron
vuelta en San Jerónimo, caminaron por sus rincones oscuros. Allí se detuvieron
y les valió madre el mundo. La espalda de ella sintió la cortina de metal de algún
negocio. Él le desabotonó la blusa satén y besó la piel de sus senos, ella se
entregaba. Le quitó las bragas y se hincó bajo su falda, bebió de su carne, se
batió el rostro.
Caminaron a la avenida principal, esperaron cinco minutos
hasta que llegó el UBER que ella pidió.
Ya sé a qué hueles, le dijo él. Hueles a locura, a mar
embravecido, a la desesperación del náufrago. Por eso te pertenezco.
El taxi se había marchado ya.
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