Sentado en la sala, mira el halo de luz que se filtra por la ventana y cae blandamente sobre la alfombra gris que está bajo sus pantuflas. Ahora dirige la mirada directamente a la ventana, la encuentra sucia, empañada, sin embargo, duda y se quita los lentes, los limpia con la parte baja de su playera, están grasosos. Vuelve a colocárselos y las ventanas ya lucen transparentes.
La mañana le sabe mal, no hay
alguna razón consciente, no atina a saber qué es, permanece allí, mirando las
motas de polvo a través de la luz solar que hace flotar lo invisible. Detrás de
él están sus libros, echa una mirada sin interés, repasa algunos títulos con la
memoria, pero más que recordar el contenido, intenta recordar cuándo y por qué
los adquirió, quién era él en ese momento de su vida.
El aroma a café invadió el
ambiente, al fin había terminado de colarse, se levantó para servirse una taza,
sacó una taza del trastero, en ese momento se percató que tenía tres tazas a
medio beber de días anteriores, una junto a la cafetera, otra dentro del
trastero y otra más sobre la barra de la cocina. Este descubrimiento lo
incomodó, representaba café desperdiciado y acumulación de trastes sucios por
lavar, lo de olvidar dónde dejaba las cosas no cobró importancia para él, es
mejor olvidar que almacenar frascos de mentiras en la memoria, solía decirse a
sí mismo. Tras servirse, dio un breve sorbo para comprobar que lo había
preparado de manera adecuada, y así fue, la mañana tomaba mejor forma.
Fue a sentarse al sofá
nuevamente, se decidió por uno de los títulos y abrió cualquier página, avanzó
alrededor de cinco hojas, y así logró recrear ciertos lugares, cierta luz de
aquellos días durante los cuales disfrutó de esas líneas hechas de tinta.
Descansó la espalda en el respaldo del sofá y bebió más café. Sintió una
presencia ganando espacio en el sofá, era su gata vieja a quien él decidió
llamar de muchas formas, pero su predilecta era Mistifusa, finalmente se había
despertado y al no encontrarlo en la recámara, bajó para hacer de sus piernas su
refugio, él sonrió y le regaló una caricia sobre el lomo plateado, no era del
tipo de personas que conversan con sus animales de compañía, bastaba con un con que allí estabas, ven a comer, deja eso que no es tuyo, anda súbete pues…
La lectura de esas cinco páginas
hizo efecto en su ánimo, pareció salir de la incomodidad inicial, los ojos
secos parecieron hidratarse de entusiasmo, la luz de la ventana ahora era
perceptible también en sus pupilas, acomodó su cuerpo para leer cómodamente y
abrió nuevamente el libro, avanzó con rapidez, bebía pequeños sorbos, la luz de
la ventana ya no apuntaba a la alfombra, ahora se posaba sobre la mesa de
centro para iluminar otro par de tazas de café y rastros de comida en aparente
mal estado, Santiago se percató de ello y se perdió tratando de recordar cuándo
había dejado allí esas tazas, pero no pasó mucho pensando en ello, volvió a la
lectura, la trama lo tenía absorto: un sujeto había asesinado a una anciana
prestamista, y como consecuencia de su crimen, padecía de fiebres y
alucinaciones…, mientras leía, se planteaba el cómo podría resolver la
situación, cómo podría escapar, engañar a los curiosos.
Mistifusa bostezó y fue a su
arenero, Santiago la siguió con la mirada, la gata rodeó varias veces hasta
defecar sobre antiguos desechos, no había ya un espacio libre, la arena estaba
plagada de heces secas, rascó para cubrir lo recién hecho, y no hizo más que
botar mierda seca, después, fue a beber agua de una cubeta junto al fregadero.
No estaba tan mal el café, solía
beberlo más tostado, era su preferido, pero al no haber de ese se conformó con
la mezcla de la casa, pensó en el asesino de la historia, hasta esa parte de la
lectura solo bebía té, lo cual le pareció demasiado elegante. Quizás yo debería
de probar de vez en cuando, pensó, alguna infusión de menta, o una de granada
con un poco de miel, lo pondré en la lista de la despensa, y retomó su lectura,
el asesino estaba siendo investigado, ahora ya era el principal sospechoso, su
temple y su capacidad discursiva le permitían seguir afirmando su inocencia, un
tipo listo y elegante, pensó Santiago.
Tuvo un poco de apetito, fue a
buscar un trozo de pastel que había quedado del domingo anterior, pero
extrañamente no estaba donde lo había guardado, buscó en el refrigerador, luego
en la mesa de la cocina, no había más que tazas, su antojo se esfumó y volvió
al sofá.
Aquél hombre era todo un enigma,
ya que además de asesino, parecía tener un alma noble, era un romántico, un
sujeto triste y de reflexiones profundas, pensó, ojalá que el final no me
desilusione, este hombre merece una segunda oportunidad, las circunstancias lo
han llevado a la locura momentánea, a la fatalidad que deriva de la
desesperación de quien es joven.
Con la mirada buscó a la gata,
incluso la llamó, pero no hubo respuesta, a veces se posa en la ventana del
baño para mirar a la casa del vecino, seguro fue allí, pensó para
tranquilizarse.
El día avanzó, la lectura lo
había hecho su rehén, pero tuvo la voluntad suficiente para levantarse e ir en
busca de más café, se puso de pie y trastabilló, en qué momento sucedió, se
preguntó, la sala estaba en total penumbra, el sol se había ido, un aroma a
orines rancios penetró en sus fosas nasales, la jarra de café estaba vacía, en
un rincón, la gata arañaba su comedero vacío.
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