Había pasado ya una semana, y el saco que pendía al interior
del clóset en su recámara aún despedía aroma a cigarrillo. Lo descolgó y lo
sacudió con fuerza, lo acercó a su nariz y aspiró largamente. No sólo era el
tabaco quemado, había allí rastros de algo más…
¿José Luis? Pronunció para sí. Es un nombre común, será que
me parezco a cualquiera, no tengo una personalidad desarrollada, propia, única…
Era su día libre, tenía oportunidad de salir a pasar la
tarde y la noche a donde más le complaciera, pero a diferencia de otros días,
estaba ligeramente atascado en el espacio.
Bajó de su departamento y se dirigió al OXXO, pidió una
botella de agua de litro y medio, y regresó a casa. Destapó el agua y con ella
regó las dos macetas que adornaban la estancia, fue a la cocina, y de un cajón
sacó una botella de Smirnof, la vació en donde antes había agua, para meterla
ahora al congelador. Antes de dejar seca la botella de vodka se sirvió en un
vaso hasta el tope.
Se tiró en el sofá y dio alegres sorbos a su vaso.
-Sí eres José Luis, ¿verdad?
Le había soltado de golpe una chica cuando el mesero le
estaba entregando su trago, él, sorprendido y confundido agradeció al mesero al
tiempo que elaboraba la respuesta, pero tardó tanto en responder que ella
simplemente le besó la mejilla.
-Caray, no mentías cuando dijiste que frecuentabas este
lugar. Espera, voy por mi prima, estamos en la mesa grande, venimos en tour de
cantinas, y se fue al fondo del lugar, y él aún no lograba elaborar una
disculpa que sirviera para aclarar la confusión. La joven mujer era de cara
redonda, cabellos rojos y piernas largas…
Se levantó del sofá y fue por su celular, lo había dejado
cargando en su recámara. Abrió el historial de conversaciones y allí leyó
nuevamente el último mensaje de Aline: Y
qué más da si no te llamas José Luis, Yo puedo no ser Aline, pero mi aroma
sigue siendo ése que te gustó, y mis besos seguirán teniendo sabor a dulce
mentira, como tú dijiste. ¿Llegaste bien? 04:47 am
Se quedó dormido media hora, al despertar se puso de pie y
sacó del congelador la botella con el vodka helado. La tarde estaba soleada,
tomó su morral tejido que compró en Oaxaca, metió un libro, la botella y echó
llave al departamento. Caminó a la estación Xola, de pie en el vagón del metro,
sacó su botella y dio un par de tragos refrescantes, miró los logos de las
estaciones planeando la ruta a seguir.
-Mira, es mi prima Aline, ¿nos podemos sentar?
José Luis aceptó señalando las sillas vacías que rodeaban su
mesa.
-Vaya coincidencia que justo hoy vinieras a este lugar José
Luis, le estoy enseñando a mi prima su ciudad, porque no la conoce, bueno, sólo
la parte fresa, ya sabes, esos lugares que te sugieren en el Time Out y en la
revista Chilango. Somos de la misma
edad, aunque todos dicen que yo me veo mayor, crecimos juntas aquí, hasta que
yo me fui a Monterrey.
-ah, ya veo, y ¿Qué tal el tour de cantinas? ¿la están
pasando bien?
Justo en ése momento, la mentira se afianzó para convertirse
en una realidad alterna. Y en esa cantina, a las 8 de la noche, fue bautizado
con vodka, con el nombre de José Luis. De no dar el paso hacia esa realidad
alterna, la noche no le pudo haber ofrecido más que un paisaje de rostros
anónimos, y un ir y venir de vasos llenos y después vacíos.
-Le dije a Aline, ese del saco beige se parece mucho a José
Luis, y me dijo, ay Sam, pues acércate y pregúntale, y te estuve mirando un
ratito, pero cuando te levantaste al baño y te vi con el morralito que cargas,
dije, sí es. Y por eso me animé.
- ¿Pero por qué el morralito Sam? ¿No es una referencia más
segura reconocer a alguien por el rostro? O de qué me perdí prima…
-¿ Las señoritas toman algo? Preguntó el mesero.
- Estamos con los del tour, dijo Aline, creo que ya nos
vamos, gracias.
José Luis sintió alivio, volvería a ser quien es, a observar
sin hablar, a beber sin prisa, a montar en el lomo de la memoria, pero ese
alivio fue breve, casi inexistente, apenas una coma. Ya que Samantha cambió una
vez más el sentido de las cosas, abrió una nueva puerta a la noche.
- Ay Aline, creo que sólo nos faltan dos cantinas, y ese
tipo ya me cayó mal. Nos dijeron que conoceríamos la bohemia del centro histórico, y salen con que una copa por
lugar y que de preferencia no interactuemos con los clientes porque aquí es muy
peligroso. Yo prefiero quedarme. Bueno, si no tienes planes José Luis, igual y
estás esperando a alguien y nosotras invadiendo todo.
- No, no. Vine a beber solo, si gustan pueden quedarse, no
hay problema. Además, aquí el trago es barato, por eso vengo.
- sí, eso me dijiste hace dos años, ¿te acuerdas? Cuando
estaba en la entrada de este lugar y te pregunté que si lo recomendabas. Sí te
acuerdas, ¿no? Ya venías con tres copas encima…
Dijiste algo así como “depende qué sea lo que estás
buscando, la botana es poca, el lugar se está cayendo de viejo, los tragos son
baratos, en la rockola hay música del fonógrafo, y la noche nunca termina, por
eso vengo cada que puedo…”
Aún a bordo del metro, y tarareando versos de una canción de
José José, se metió otros largos sorbos de vodka helado que se desbordaron dentro
de ese cuerpo transeúnte. Se sintió como un parásito viejo anidando en el
interior de un gusano color naranja que carcome día a día la ciudad grisácea.
Entre los favores del alcohol, el que más valoraba es ése, el de abrir puertas,
bajo las mesas, entre las pupilas, entre las piernas, entre el bullicio, y
entre las calles desiertas de una noche cualquiera. Gracias a ello, había
conocido seres extraños, maravillosos, sabores indescifrables, e incluso
túneles que conectan la ciudad de un punto a otro, y que, de día son
imperceptibles, o que quizás, simplemente desaparecen.
Recuerda haber salido de la cantina y ser alcanzado por
Aline, ella lo detuvo diciéndole, José Luis, te estoy gritando desde hace dos
cuadras, ¿por qué te vas así? Dijiste que iríamos a bailar.
-Ya te dije que no me llamo José Luis, además ya no traigo
dinero, voy a un cajero, vete con tu prima.
Pero ella insistió en acompañarlo, le llamó al celular a
Samantha y lo tomó del brazo. José Luis tropezaba con las banquetas y las
coladeras chipotudas. Su estado de ansiedad que lo había hecho salir de la
cantina abruptamente, empezaba a ceder. Aline encendió un cigarrillo, se
arregló el cabello, él respiró hondo, se talló la cara con ambas manos.
Acoplaron sus pasos, un poco sus cuerpos.
Desde que Aline tomó asiento en la cantina, José Luis
percibió el aroma, si bien había perfume en ese cuerpo, el otro aroma era
superior. Ella, de estatura media, Jeans ajustados y deslavados, blusa con los
hombros desnudos, y cazadora color vino y abundante cabellera en libertad,
ocupó de inmediato la atención del anfitrión involuntario.
Platicaron y bebieron por horas, depositaron monedas para
escuchar todo tipo de música, el lugar estaba lleno, había que gritar para
platicar; pero los tragos, las risas, las muecas y el contacto corporal fueron
los medios más eficientes para su convivencia, y para todos los allí presentes.
Y sí, del cajero, se fueron a bailar. Eufóricos, llenos de
deseo y libertad. Sus cuerpos buscaron desesperados un lugar para seguir, para
eternizar la brevedad, y lo hallaron. En un instante estaban dentro de ese
sitio desconocido, un vagón fantasma, un ático, una cápsula espacial perdida…
Tabaco quemado, pensó. Una semana de estar paladeando con la
memoria ese sabor. Al igual que un catador de vinos llega a un veredicto de los
componentes y notas de una cosecha, este hombre, concluía que le fue regalado
un nuevo sabor, y con ello, una nueva sensación, y una imagen incrustada en la
memoria. Se robó con las dos manos un trozo de la noche. Se relamió los dedos y
las uñas, aspiró todo de ella, incluido el tabaco que había en el aire, entre
sus cabellos y en la espesa saliva que manaba de su pequeña boca. Ambos se
entregaron al sabor de sus geografías epidérmicas, y aún más.
No debí ser yo, esa experiencia la robé a otro, sin embargo,
estoy hundido en ese mar, pensó. ¿Quién chingados es José Luis?, pobre cabrón,
de lo que se perdió, o no sé, quizás se salvó…
Uno nunca sabe a qué aguas se arroja, a qué corrientes se
entrega. Pero estaba hecho.
Salió a la superficie en Bellas Artes. Siguió bebiendo de su
botella reciclada. Caminó rumbo al Eje Norte, a paso lento. A José Luis le
gusta el anonimato, solo una ciudad tan monstruosa puede brindarle la
posibilidad de tener el rostro de nadie o de cualquiera. Ya que, de eso se
trata el vivir en las grandes urbes, piensa él, se trata de perderse en la
multitud, de abandonarse al movimiento de las cosas, de entrar en una estación
y aparecer en el extremo contrario, donde quizás, seas otro, y que, sin
embargo, te reconozcan o te reinventen. A esas horas, él ya estaba con el vodka
hasta la Luna.