sábado, 12 de noviembre de 2011

Lo demás, ya no importa tanto...



Otro fin del mundo anunciado por radio, televisión y las redes sociales. Amanezco a mi viernes laboral. Como de costumbre, me levanto de la cama y voy a orinar. Allí parado frente a la taza, el frío matutino ayuda a que todo el líquido acumulado en mi vejiga durante la noche, se anime a desalojar mi cuerpo.
Desde allí, miro los óleos que he terminado y los que están en proceso: Fragmentos de existencia resueltos y los que nunca lo serán. Mujeres sobre madera atestiguando lo cotidiano de un hombre en boxers y rostro hinchado de sueño. Sacudo lo que hay entre mis manos y me dirijo a la sala-estudio-comedor-cocina-bodega. Me sirvo agua en un vaso y lo descargo con prisa. Siento el despertar de mis intestinos, se remueven molestos por obligarlos también a iniciar el día.
Me detengo frente a "amanece", y verifico que la última capa de color ya haya secado. Pienso en las imágenes que aun habré de incluir para completar la pieza. Dudo...
Enciendo la computadora y me conecto al face, al twitter y a Gmail. Algo habrá de novedoso: abro la ventana de plasma para ver la vida de otros, los amaneceres de ellas y ellos. Bastan unos cuantos segundos para saber que nada ha cambiado. El corazonzote rojo, el juramento de la amistad eterna y el trabajo que ya odiamos siguen consumiendo nuestros pensamientos. Y en la otra red: el país cayéndose a pedazos, pero ya no es noticia. Es el paisaje decadente que ya colgamos en la sala y nos hemos acostumbrado a no dirigirle la mirada.
Enciendo la radio -ya sólo faltan escasos minutos para que sean las 11:11 de este viernes 11 del 11 del 2011, es importante conectarnos con todo el mundo y proyectar nuestra energía positiva al universo, ya saben que todo vuelve, todo se regresa-, comenta la locutora de voz fresca. Decido poner un cd, no tengo oído para todo lo que los radioescuchas comentarán con sus llamadas, desde aquél que tiene fe, hasta el que se pitorrea de la fecha. Nada quiero saber.
Remojo un par de pinceles en aguarrás y limpio sus cerdas con un trapo. Tomo un poco de la mezcla de rojos y aplico en el área de los párpados. El segundo pincel servirá para sobar el color, poco a poco se intergrará a las demás capas. Segundo track del cd, Moby diseña atmósferas musicales perfectas para estas mañanas. Las ojeras de ella no son grandes, pero la he pintado como alguien que no durmió toda la noche.
Preparo café y sorbo lento. Terminé por hoy, algo en el estómago se ha incrustado.
El fin del mundo, o el inicio de otra era. Díganle esas mamadas a los muertos, a ver qué opinan.
Me méto a bañar, Moby sigue acumulando bruma en mi departamento. La niña colgada en mi pared tiene medio rostro sobre la cama, mira con nostalgia las uñas de sus manos: Algo se escapó de ellas.
Qué más da si ella algún día vuelve a amarme. Allí, montada sobre un pedazo de madera, ahora forma parte de quienes amanecen en este departamento de ventanas blancas y mañanas ligeramente grises.
Ánda, ya métete a bañar antes de que se acabe el mundo.

martes, 8 de noviembre de 2011

La mujer más triste del edificio



A pesar de ser un hombre que ha sufrido en carne propia los efectos del desengaño amoroso (o quizás, por eso mismo), he de confesar, que hay días y también hay noches, en que me he enamorado. Han sido apenas unos minutos, pero se que es amor de ese, del que uno no cree que exista, del que cuando uno apenas tiene la conciencia de que lo es, de inmediato, se convierte en otra cosa, una sensación vaga, un preámbulo, una ausencia de sentido, y entonces, uno sigue con las actividades del día, o simplemente se va a la cama con la esperanza de dormir un poco más que la noche anterior.
G es una mujer que vive en el sexto piso del edificio en que también, yo tengo mi departamento. Tengo la teoría de que somos los únicos del edificio que vivimos solos, es decir, sin pareja, hijos o cosa por el estilo. Yo apenas cuento con un par de plantas que gracias a su propia necedad, aún no se han secado. Ella, no lo sé, quizás tenga más plantas que yo, pero lo que sí tiene, es un piano.
Recuerdo aquella ocasión en que hubo una junta para designar a uno de los habitantes como el que administrara los dineros para el mantenimiento del edificio, alguien que tuviera conocimientos en el área sería el adecuado, sugirió una señora acompañada de su esposo, ambos , un par de jubilados con ganas de hacer amigos. Miradas evasivas y de inmediato deslindes justificados: yo casi no estoy en casa, y mi esposo sale de viaje, dijo una mujer, otro argumentó que no quería tener conflictos con los vecinos, ya que el dinero siempre los genera, y entonces G, mujer blanca de mirada triste pero tranquila, adelantó la voz y dijo: yo no podría ser la persona adecuada para esta tarea, nunca he sido buena para las matemáticas, por eso me dediqué a la música. –hay que bonito- dijo la jubilada, ¿y qué canciones canta usted? Toco el piano, soy concertista señora. No canto. Concluyó su participación y adoptó un gesto serio. Nadie preguntó nada más. Desde entonces, es el único nombre que he memorizado de los que habitamos este edificio.
No volví a otra junta. No me relaciono ni con los viejos ni con los nuevos habitantes. Compartir muros con ellos ya es más que suficiente.
He coincidido con G en la entrada de la unidad habitacional, pero siempre mira al piso o algo en el aire, lejos de mi persona. No pretendo mirarla de alguna forma, pero me agradaría que al menos diera muestras de que también tiene esa teoría de que somos los solitarios de este gallinero de familias. Su mirada me lo diría. Las pupilas hablarían, -sí, ya se que tu también vives solo como yo, que cada vez que sales o entras tienes que echar llave. Nadie espera, nadie se irá. Sé lo que es dar vueltas en el departamento de madrugada mientras los demás abrazan la espalda de sus parejas, mientras ellos se mandan a la mierda, y mientras otros se penetran con cuidado para no despertar a los hijos-.
Algunas mañanas un melódico murmullo me hace regresar a la conciencia del nuevo día. Sus dedos se deslizan sobre el gran piano de madera. Es como la luz tras la tormenta, asoma con suavidad por entre las nubes hasta tocar mi piel somnolienta. Amanece.
Dibujo su imagen en mi mente.
Debe amar a alguien que no está a su lado. Las ojeras del insomnio me lo han dicho. Su cabello opaco apenas recogido por una liga negra son la clara muestra del abandono. Sale a tirar la basura con el mismo entusiasmo con el que regresa con la leche y el pan recién comprados.
También por las noches he escuchado los conciertos para piano que algún clásico habrá compuesto pensando en la soledad de sus futuros intérpretes. Y así, de a poco, he conciliado el sueño. Siempre pensándola como la mujer más triste del edificio, y quizás de toda la ciudad.
Hace una semana salí hacia el trabajo, apreté el botón con insistencia y al fin, la puerta del elevador se abrió. Allí estaba G. Las puertas se cerraron y allí estábamos, cada quién mirando un punto inexistente. El tiempo del descenso es corto, pero las señales siempre son de tan rápidas, casi imperceptibles. Por el espejo me di cuenta que me miraba. Los zapatos, el pantalón y luego la nuca. Me di vuelta y la miré a los ojos. Desconcertada escuchó mis buenos días acompañados de su nombre. Turbada movió la cabeza aceptando el saludo. Salió a prisa en la planta baja.
Esta mañana, te estuve observando mientras te untabas crema en el cuerpo, saliste de bañarte envuelta en la toalla cubriéndote todo el cuerpo, pensando que yo estaría despierto y esperando para mirar tu desnudez. Así fue, aunque fingí dormir, seguro lo supiste. Te despojaste de la toalla y con ella terminaste de sacar tu cabello, te pusiste crema, todo el ritual hasta el maquillaje. Nunca volteaste hacia mí. Yo no me perdí detalle. Te imaginé haciendo lo mismo en tu casa, debes hacerlo así cada mañana, y mientras lo haces, tus pensamientos estarán de un sitio a otro, de un pendiente al otro, quizás, de un hombre a otro. Miré tu cara enrojecida por el agua caliente, tus párpados aun hinchados, la parte de tu espalda que nunca podrás mirarte. Te ajustaste los jeans, quitaste una pelusa de tu suéter, lo alisaste. Perfume en el cuello. Guardaste la ropa sucia en tu bolso, perfectamente doblada, cada movimiento de tus manos parece dejar tras de sí una estela de algo, no sé de qué, pero sucede.
Treinta minutos o un poco más, el tiempo que te tomó alistarte, casi lo mismo que G dura al piano cada mañana. Algunas noches dedica más tiempo. Me incorporo y sonríes segura de tu apariencia. Eres hermosa. Estás por irte y la nostalgia asoma un pie a la habitación.
Ahora, el silencio es un polvo que vuelve a cubrir los sillones y todo el piso del departamento.
Cuando esos compositores crearon su música tuvieron que mirar lo que yo presencié contigo esta mañana. El ritual del cabello, la crema sobre tus muslos, los párpados lastimados por el nuevo día. No encuentro otra explicación a las notas que de tan íntimas, hieren como un cáncer.

sábado, 8 de octubre de 2011

Albatros (instalación gráfica) 2011, Marco Solares

stencil sobre hule cristal. 18 x 1.50 metros, centro cultural Futurama. 05/10/2011







martes, 4 de octubre de 2011

Sangre negra



Noventa albatros planean de la sala a la cocina.

Dagas calientes cortando el aire viciado del departamento

Amorfas siluetas en parvada

El olor a mar salado proviene de su sangre negra...

Descalzo, intento seguir su vuelo

No lo logro, nunca lo he logrado

Las densas nubes son el techo de este lunes

El concreto lo sabe, por eso se aprieta junto al acero

Las aves entraron por error

Su guía debió confundirse, ahora se golpean

Las paredes blancas empiezan a mancharse

Chirridos leves

Noventa albatros invadieron mi lunes

Saetas negras que arañan los cristales

Van y vienen llenos de espanto, amenazantes por lo mismo

Uno de ellos atraviesa la ventana, la rompe a pedazos

Levanto su cuerpo con mis manos

Su tinta escurre, duele.

La parvada no se inmuta, al contrario

Los parásitos del cadáver ahora son míos

jueves, 29 de septiembre de 2011

Invitación



saludos a tod@s.
Este miércoles 05 de octubre a las 18:00 se inaugura una expo colectiva, participo con una pieza de instalación titulada "Albatros". La muestra permanecerá todo octubre.
  • la dirección es: Otávalo #7 esq. Av. Inst. Politécnico Nacional. Col. Lindavista. Delg. Gustavo A. Madero. - Centro cultural Futurama-

  • a un costado de plaza lindavista, metro Lindavista.

viernes, 22 de julio de 2011

¿Quién teme a la primavera?



1. Te veo de perfil. Tu nariz espigada, la que dibujé aquella tarde mientras me contabas de tu vida. Tu cuerpo siempre enfundado en sudaderas de niño. Cubrías tu cabeza con el gorro, no te permitías tiernas sonrisas.

2. Eres del tipo de mujeres que no necesitan amigas para ir al baño, de hecho, nunca has mencionado tener alguna que, desde tu punto de vista, valga la pena. Se te mira sola, callada. Audífonos para no estar. Para no escucharnos.

3. Como todo mundo, guardas un secreto. Hay dolor que es eterno.

4. Al fin sonríes, y amanece. Luz tierna. La amargura del café peligra al sentirte.

5. Ojos de venada. Hueles a pan con vainilla.

6. Me ofreces tu vida. Quieres una casa llena de hijos –quiero que mi casa esté hecha un desmadre, con un montón de chamacos yendo de aquí para allá, que hagan ruido todo el día-.

7. Tu historia tiene que mirarse a futuro, eres apenas principios de marzo. Entras al baño y te cambias. Te asomas misteriosa. Minifalda, labial carmín: Me apuntas con un revolver.

sábado, 16 de julio de 2011

Papalotes negros


Un hombre nada mar adentro.

Inició mojándose los pies. Parado de espaldas a las montañas miraba el imponente oleaje y la lejanía infinita. La sal y la arena se deslizaban por entre sus dedos y sus tobillos, como cálidas serpientes inofensivas.

Miró el origen distante del oleaje que llegaba a la orilla, a veces manso, a veces derribando puertas. Mar cambiante, temperamento según el clima.

Cada pequeña ola ablanda el piso y el pie se hunde. El hombre da un par de pasos al frente. Escapa de la pequeña trampa de arena. Gana valor.

El mar ahora moja su torso. Se ha adentrado. Recibe golpes de olas mansas sobre el pecho. Las primeras le provocan desconcierto, pero casi de inmediato aprende a recibirlas sin que el agua invada sus fosas nasales. El hombre limpia sus párpados y el sabor salado incursiona en sus papilas. No pasa nada, se dice a sí mismo.

Siluetas de albatros contrastan en la claridad del cielo. Agudos graznidos confirman el fluir de su sangre. Él los mira, parecen papalotes negros.

El hombre extiende los brazos, realiza los ejercicios aeróbicos de calentamiento: abrir-cerrar, abrir-cerrar. Ahora se para de puntas, el agua traza una línea divisoria entre los hombros y el resto del cuerpo. Una esfera diminuta es lo único que asoma sobre el ondulante mar. Despojo a la deriva. Siente que ahora es más ligero, al menos así le parece. Juega a patalear, a llenar su tórax de aire, a capotear algunas olas.

El mar es paciente con los ingenuos, pero siempre impredecible.

Bracea, y los músculos reconocen la resistencia del agua, hay que tener ritmo. Escuchar al oleaje, comprender sus compases. Respira, aprieta los labios, luego escupe. Sumerge la cabeza y entonces, entre abre los ojos, un azul turbio es todo lo puede ver. Saca la cabeza. Al fin puede decir que fue bañado por el mar. Estira el pie y ya no hay nada. Tantea como ciego. Los ojos sienten basuras, frota sus párpados. No hay piso, flota, el corazón bombea.

Limpia sus fosas nasales y respira casi concentrado. El cuerpo sabe cuando hay que estar en condiciones.

El hombre nada mar adentro. Está decidido, apenas se ha alejado unos metros de tierra firme. Voltea hacia la orilla, se percata de su mínimo avance. Regresa a lo suyo. Siente deslizarse bajo sus pies alguna corriente de agua fría. Bracea, respira, bracea, prueba la sal, respira.

Su cuerpo es un leño a la deriva, su avance es imperceptible. A él le parece que ha nadado durante horas, pero está consiente de que no es así. Sabe que la angustia hace que los minutos sean largos. Aunque se ha envalentonado, el temor crece en su interior, es un vacío que carcome todo lo que encuentra a su paso.

El mar lo arrastra por la bahía.

Busca en el cielo la ubicación de los albatros: Se han ido. Tampoco hay nubes.

sábado, 11 de junio de 2011

Quisiera ser un pez o, la bachata rosa

Esta mañana escuché a Juan luis Guerra, un álbum completo, esto mientras me metí a bañar, mientras me rasuraba y vestía. Fui a la cocina para prepararme un sándwich y calenté un vaso con leche.

Me senté en la sala y comí. Terminó el álbum e inició otro. Beethoven.

Tengo frente a mí a una planta que recién cambié de lugar. No le daba la luz del sol, la moví y podé. Ahora está casi al centro de este espacio. Parece recuperarse de cuatro años a la sombra. Trae brotes.

Beethoven seguía con su piano. Yo comía. El plástico blanco que cubre la gran ventana permite una luz amable. Mastico con calma cada bocado, doy sorbos al vaso. Escucho atento. No se nada de música clásica, poseo apenas unos cinco álbumes, de los cuales , tres me fueron regalados por un amigo, mismos que llegaron a sus manos como consecuencia de la muerte de un amigo suyo. La familia repartió sus pertenencias. Hoy, parte de sus objetos, comparten mi cotidianeidad.

Esa planta ha sido resistente a mi abandono. No sé que cuidados requiere, la riego como quien recuerda que tiene una llamada que hacer desde hace meses, y entonces la hace. Ahora que está al centro de la sala es muy posible que reciba más atención.

La música me conduce. Es un rio en el que nadar. Me sumerjo. No distingo entre sonatas, sinfonías y demás clasificaciones. Música, es todo lo que sé. El pez no se pregunta por el tipo de moléculas que componen las aguas en que se mueve, su organismo lo intuye. Y es justo la intuición la que me ha hecho llegar hasta este momento.

domingo, 5 de junio de 2011

Otra de borrachos

Hay días, también hay noches en que el piso se debilita, pierde solidez. Caminamos sobre hielo quebradizo, y al fin se fractura. Caer al vacío. La pesadilla común: hundirnos en la nada, ser devorados por hocicos de negrura insaciable. En medio de la incertidumbre encuentro refugio. Sitio de una sola plaza, nadie más a bordo o peligro inminente de naufragio.

Toda barra de cantina es un pedazo de madera de la cuál asirse.

Astillada por las manos que se han aferrado, depositaria de llanto ebrio, tal vez de rabia. Aunque también, sirve para simplemente flotar en aguas que al fin se han tornado tranquilas, y te permiten mirar el fondo, contemplar lo que hay. O en todo caso, lo que ha quedado.


martes, 31 de mayo de 2011

meditaciones de columpio


Pasamos la vida preparando el gran salto, aquél que nos traerá éxito. Vislumbramos dicho evento como el decisivo. Entonces serán reconocidas nuestras virtudes y nuestro talento. Aquellos que dudaron sabrán de su error, y quienes tuvieron fe, comprobarán que no estaban equivocados. Somos educados para llegar. Dar el gran salto. Tomar vuelo, elevarnos al menos un poco: La tierra húmeda nos recibe con sus entrañas abiertas, maternal, cobija el cadáver de nuestra gloria.

viernes, 20 de mayo de 2011

Este barrio huele a carnicería

Todo acabará en forma trágica. Lo sé bien.

Penetrarán mi cuerpo con alguna navaja perfectamente afilada y quedaré tendido sobre la banqueta de un barrio que no me vio nacer.

O tal vez un disparo certero destrozará mi cráneo arrojando fuera pedazos de músculo y cerebro. El charco prieto de sangre durará sobre el pavimento al menos tres días. La lluvia y el paso de transeúntes terminará por pulir el piso. La vida seguirá. Todos los días mueren sujetos que nadie conoce.

Me he puesto al ojo de mis verdugos. Me muestro, les permito conocer mis movimientos, mis costumbres. Juego a que no soy blanco fácil, sin embargo, lo soy claramente.

Este barrio huele a carnicería. Las vecinas vienen a comprar y nos untan sus sudores nocturnos. Su cuerpo es una palma abierta, olorosa. Los cuchillos se afilan. Golpes violentos de metal sobre carne salpican de sangre las batas y conciencias blancas. Los perros olfatean y gruñen a otros, sarnosos y hambrientos. Alguien les tira tripas y cebos. Los engullen sin masticar y ladran a los autos.

Cadáveres de reses, manteca, viseras: campo en flor de cortejos salvajes.

Miradas que saben lo que se avecina. A nadie sorprende. Siempre mueren los nuevos en el barrio. Aquellos que creen en la posibilidad de la razón, y por ello, desafían. Aquí no se va a escuchar la voz de un mediador. La cagaste campeón. Las palabras no caben, son billetes de juguete. Las usan los niños para jugar a ser mayores.

Tengo la misma mirada de las vacunas cabezas: libres de párpados y pellejo. Ojos grises que ya no brillan. Moscas copulan y absorben la humedad que aún conservan los tejidos. De la mierda a la carne. Zumban, hacen más molesta la espera.

Un perro grande ha esperado largo rato en el quicio de la entrada, salta y muerde una bolsa de plástico. Huye llevando consigo el plástico roto. Hígados se escurren y se apresura a masticarlos. Se pierde a dos calles. Alguien lo envenenará.

miércoles, 27 de abril de 2011

La niña Roja I



Pinche Wey.

No puedo dejar de pensarte sonriendo .

Fue eso. Claro que también lo fueron tu humedad y tu escandalosa figura. Pero la daga provino de tus ganas de ser feliz, se hundió hasta quedarse dentro. No te permití sacarla, sus dientes de acero hicieron que se atascara cual anzuelo de pesca en la boca de un bagre. Sacarla es igual a asesinarme. Eso déjamelo a mí. Tú no estás hecha para eso, ignoras tu grado de peligrosidad. Punzón de euforia.

Íbamos por un par de cervezas. Conocernos en plano distinto a la rutina...

Fue fácil tirar los dados.

Te dije, uno de esos días: sólo me he relacionado con mujeres depresivas, me he acostumbrado a consolar sus penas. Mi adicción al sufrimiento propio y ajeno.

Nada sabes de eso, supongo. Tu eres feliz. Tu melancolía ocasional es como la de cualquier otro. Todos posamos la mirada en el horizonte lejano…, de vez en cuando.

Mi vida en aquellos días era una moneda atascada en el orificio de una rockola. Llegaste a empujar de ella y la vida volvió a tomar sentido.

Al amanecer de la primera noche miraste la habitación, luego fuiste al baño, volviste a la cama tapándote los senos con tus manos, te envolviste rápidamente y apareció tu sonrisa. Tu casa está hecha un desmadre, dijiste para después, darme la espalda y ofrecerme el misterio de tus cabellos desordenados y olorosos.

Confesamos quienes éramos antes de dejar que la moneda alimentara a la rockola de la noche anterior. De las miradas lejanas que advertimos sin saber exactamente que nos traíamos entre manos. Creímos en la verdad de nuestros cuerpos desnudos que aún gozaban de los sudores ajenos y propios, ahora ya secos sobre la piel, ocultos entre los vellos.

Una imagen quedó engrapada en los tejidos de mi memoria: tirada de espaldas recibías con los ojos cerrados los embates de mi soledad, ella, se resistía a aceptar que te había encontrado. No eres tú, te decía mi voz mientras me adentraba en tu cuerpo. Tu rostro no correspondía a la mujer que conocía dos años atrás. Sucede que te descubrí.

No lo hube planeado y sé que tampoco estaba en tu lista de pendientes. Nos disfrutaríamos por más de una noche. Nos haríamos promesas. Y luego, lo que ambos ya sabemos. Ni Shakespeare ni José José dejan lugar para historias novedosas. Somos carne, sueños, debilidad y juguetes del destino.

Aquellas noches de viernes disfrutaba tenerte a mi lado. Esperabas mi salida del trabajo y en cosa de veinte minutos estábamos ya inmersos en la fiesta interminable del centro histórico. Bebíamos cerveza oscura, yo además, succionaba el perfume alojado en tu cuello, escalaba por tu barbilla hasta llegar al falso lunar de metal clavado bajo tu boca. Aún puedo ver tus ojos entrecerrados, entregándote.

miércoles, 16 de febrero de 2011

consejos


Cada respiro parece el último esfuerzo, nada queda para el siguiente y tampoco para el siguiente. El oxigeno no alcanza. Hay que seguir jalando con los pulmones de arena. Secos.
La tráquea se acobarda y aprieta su cartílago. Teme fracasar y entonces renuncia.
Los bronquios son bombas de jabón que revientan y se pierden. Es agarrarse del aire, pero ¿cómo?
Es como pescar con las manos, los peces se te resbalan y escapan gozosos, para siempre lejos. Así se me va el aliento.
Las flemas se petrifican y hacen silbar al poco aire que circula.
Estoy condenado a respirar motas de polvo en los rincones del asma. Un agonizar que no termina. Cadena perpetua de aire mezquino.
Tirado sobre el sofá extraigo moléculas de oxigeno de donde se pueda. Suelto maldiciones e intento seguir. La madrugada es larga. Es como una mala madre que no cuida de su hijo enfermo. Espasmos y tos que me hace vomitar sangre y flemas sobre la almohada. Los vecinos se remueven en sus camas odiando al vecino enfermo que no para de gemir. Cada amanecer es una pequeña victoria, pero la tarde aguarda con todas sus esporas y sus pelos de gato, con su frío invernal.
Algunas personas me observan y opinan. Sugieren vacunas y médicos que han curado a otros. También están los que refieren remedios caseros o productos herbalife. Ya verás que no vuelves a usar tu inhalador, me dicen.
¿Quién les dijo que quiero quitarme de encima esta enfermedad de mierda?
Que Dios, San Juditas o Pokemón, bendigan al asma que me tortura.

sábado, 5 de febrero de 2011

La adolescencia de Venus







primera de diez pinturas de la serie en desarrollo llamada, hasta ahora, "las musas heridas". Aquí, fragmentos, detalles, de lo que se ha logrado, o mal logrado...

viernes, 7 de enero de 2011

tu silencio


Han pasado ya muchos años, y ahora que miro tus fotos del facebook, reconozco en tus ojos la misma mirada de pálida tristeza de tus 17 años.
No lo sabes, pero la primera vez que te observé, caminabas junto al microbús que me llevaba de xochimilco al pueblo. Tu ibas vestida de negro, como siempre, tu gesto duro y tu mirada evasiva eran, o son, eternas. Llovía y tu seguías caminando sin titubear. Allí me cautivaste.
Convivimos muchas tardes en mi taller. A pesar de tus sonrisas ocasionales, nunca dejaste de ser una joven impenetrable. tu presencia era un silencio extraño. Casi seductor, pero evasivo...
Miro tus fotos y eres más hermosa que entonces. Pero no lo sabes.
Quizás sigues caminando junto a ese microbús sumergida en pensamientos que navegan en el aliento de tu tristeza.

martes, 4 de enero de 2011

hierbas de olor y manteca


La vida es una gran sartén.
En ella se calientan, se cuecen, se fríen y se refríen, y en algunas otras ocasiones se carbonizan diferentes tipos de carnes, cebos y guisados. Hay quienes agregan mucha agua para que la acción del fuego sea menos violenta. También hay quienes rebanan cebolla, chile y otros vegetales, aceites de olivo, sal, vino tinto, especies varias, purés y todo lo que pueda generar un buen sabor.
Cada quién sazona su pedazo de carne, su vida.