sábado, 18 de julio de 2009

Convoy nocturno

Me ha quedado la sensación ácida del vómito arrojado.
Rostro pálido y ojos de presa recién desollada.
Sabía que el golpe sería certero, contundente y sin miramientos.
Ya se había anunciado a lo lejos el sonido de sus vagones.
Aún así, siempre me he resistido a aceptar su llegada.
Y entonces, cierro los ojos y tarareo mi canción preferida,
Sin embargo, su arribo es inevitable, impostergable.
Primero arroja sobre mí su gélido aliento, como diciendo:
¡Prepárate! ¡No habrás pensado que me marché para siempre!
Como un déjà vu, las imágenes que han de venir, ríen vulgarmente.
El convoy nocturno viene a destrozar mi felicidad navideña.
Felicidad de pasteles y caramelos, de ponche y calor de familia.
--- ¡Ja! Me cago en tu mesa de manteles limpios y almidonados,
En tu entusiasmo clase mediero y en tu jornada de 7 a 20 hrs. --- parece decir.
A la orilla del andén, aguardo junto a una veintena de condenados
Sobreviviendo. A las 23 horas de un domingo de octubre.
Desde la garganta del túnel se cuelan sonidos agudos,
Cuchillas rasgando el vientre metálico del convoy
Colmillos de acero mordisqueando hules prietos y lámina oxidada.
La atmósfera aquí abajo es sofocante, ácida y hedionda.
El reloj digital marca los minutos rojos.
Aquí viene, con su fría piel metálica tejida con grapas y tornillos.
Rebabas cortantes aguardan el momento de rasgar músculos y yugulares dispuestas.
Abre el hocico y nos muestra los restos de sus antiguas degustaciones,
Algunos organismos aún se retuercen de dolor atrapados entre sus fauces,
Estoy preparado, no huiré.
El mar siempre me ha parecido un buen sitio para morir.
¡No es momento para distraerse! ¡Al diablo con los recuerdos!
Permanezco inmóvil, estoico.
Tengo el rostro desencajado, lo puedo sentir.
Próxima estación: Pino Suárez

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