Sobre la mesa roja: limones amarillentos cortados en cuatro, Superior, se lee sobre esta hoja de metal viejo, treinta veces lustrada cada día.
Techos altos de construcción antigua, ya llenos de telaraña empolvada, ya descascarados por la humedad y el tiempo, sillas acojinadas de respaldos mordisqueados, José Alfredo en la rockola con luces de neón, canta y llora de dolor enfermo, pisos de ajedrez percudidos y visiblemente erosionados, tarro de cerveza oscura, espumosa, ventiladores en desuso, madera prieta y gruesa que más que adornar, apuntala y contiene el bullicio cotidiano.
¡Salud! me grita un viejo de la mesa contigua, hojeo a Lautrec y sus dibujos de putas,
el gordo de enfrente, suda y bebe.
¡No bailar! exige el aviso de cartón clavado sobre la pared que se desploma.
Dos pelotas de naftalina en el mingitorio, “aquí estuvo el gonzo”, escrito sobre el mosaico beige, el televisor sin sonido da el Atlante vs. Toluca, lámparas coloniales cuelgan de cadenas negras.
Aquí he brindado con la niña Rubí y con el “maguey”, con Juan Carlos, Toño, el Auriga y los otros.
Beber solo no es tan malo,
Es peor una cerveza tibia, es peor una discusión después del sexo.
Rostros, lugares y palabras aprovechan mi soledad para compartir mi mesa.
¿Que mas puedo contarte?
El Auriga tenía razón:
Cerveza de a doce pesos y botana grasienta a las 3:00 p.m.
Los demonios de la ebriedad
Hace 1 semana
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